México reformado: De entrevistas y exhibiciones.
Hugo Triano Gómez.
Entrevistar
tiene su mérito, su chiste pues. No solo se trata de sentarse con alguien para “escupir”
ideas a ver qué sale. En los medios de comunicación, la exigencia ética obliga
a perseguir un objetivo mayúsculo, pues a algún lugar debe llevar el encuentro
a los protagonistas y a quien escucha o ve.
Una
entrevista también es un riesgo, tanto para el que busca desarrollarla como
para el que acepta concederla. Desnudará irremediablemente a ambos en sus
capacidades y limitaciones, pero además reflejará en el caso del primero, su
independencia, su valentía, de qué lado está su compromiso, si con lo social,
lo ideal, e incluso el poder, por mencionar algunas posibilidades.
Requiere
de los actores la mayor cantidad de información posible, que el entrevistador
nunca olvide que el de “enfrente” no puede ni debe ser visto como el
amigo, el colega, la deidad. Es para efectos prácticos, una fuente de
información a la que se recurre convencido de que puede aportar algo sobre el
asunto que se trate. En otros términos, una entrevista es una posibilidad de
dar vida a la máxima de que “el periodismo no tiene nada que hacer al lado
de lo que está bien”.
Los que
entrevistan necesitan carácter, habilidad para no dejarse envolver por la
dialéctica seguramente “bien pulida” en su interlocutor. Idealmente el
ejercicio debe ser respetuoso pero firme, aunque como se dijo -por los riesgos
naturales- puede terminar en un contrasentido: Siendo intensa pero sin alcanzar
sus metas.
La
exhaustividad es otra característica, que no obstante pone adicionalmente en
riesgo “la pieza” cuando la audiencia no está verdaderamente interesada
en el asunto o si su preocupación por el mismo no es genuina o no se tienen los
elementos suficientes para la comprensión, así se trate de un asunto de
trascendencia.
Poner pues
a entrevistar a las “estrellas” del principal canal de televisión
abierta en el país al promotor en turno de las reformas estructurales que tanta
controversia e incertidumbre han generado en México, fue tan absurdo como
innecesario y solo evidenció -por si alguien lo dudaba- la extasiada
relación de las televisoras nacionales con el “poder supremo”. Incluir
y mantener en la élite de la comunicación a gente que no califica para ello y
aventarla al ruedo, corrobora que en México muchas cosas siguen ocurriendo al
revés. Que -por ejemplo- quien debiera entrevistar al presidente no puede, y
que quienes pudieron, no debieron.
Casuales,
informales, infomerciales, como quiera que se deseen presentar, el hecho es que
los ejercicios de comunicación auspiciados por el gobierno de la república
-porque así es- son desde su concepción auténticos bodrios, una nueva
oportunidad perdida y una afrenta para la comunicación seria y efectiva que es
por la que debiera estarse pujando en el país.
Las
alternativas a este respecto no son muchas tampoco. No es imaginable la toma de
instalaciones de las televisoras “en protesta” por el uso que se le dan
a la concesiones del gobierno mexicano. Sí la urgencia y exigencia de la mínima
dosis de seriedad a la hora de revisar asuntos.
Queda si
acaso, apelar como siempre -aunque ahora sea un ejercicio limitado,
limitadísimo- a la conciencia del que escucha o ve. De ese que decide abrirle
sus puertas y su cabeza a los contenidos manipulados, que hacen poca diferencia
con el increíble “México unánime” padecido y sufrido de los años 70s y
80s.
¿Que México está reformado? En el marco legal
“estructural”, en los discursos, en el mundo irreal no hay duda. En los hechos,
en el mundo de a pie, de los normales, solo hay golpes contra la pared. Nuevas
y tristes…exhibiciones.
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