Confines de la libertad de expresión.
Muy poco me permito hablar de la libertad de expresión en estas fechas, no porque deje de ser un acto importante, sino porque en los últimos tiempos suele "loarse" tanto que la llevan a convertirse en un estigma de orden político; es decir, se habla tanto de ella como una permisión de los actores políticos y no como (parte de los) valores sociales cuyas implicaciones traen al diálogo, el respeto y la tolerancia, pero sobre todo la conciencia social con el otro y los otros.
Por eso no discuto frecuentemente el tema y cuando lo hago, insisto en la reflexión de pares que precisan en el ejercicio y la experiencia que me dota de mejores comprensiones. La discuto también en el aula, con los estudiantes en cuyos pensamientos germina un quehacer de valores y articulaciones sociales. Lo hago ahora, porque ad hoc con la fecha casi siempre piden mi opinión al respecto y justo ahora me doy tiempo y la oportunidad para expresarla.
Seguro que por estas fechas veremos en Tabasco lo que hemos visto desde hace ya varios años, los múltiples festejos donde se celebra como razón primaria que podemos hablar; sin embargo lo que muy poco se ha entendido es la otra connotación del acto, cuando la libertad de expresarse hace su trascendencia en las palabras que llevan consigo el sentido liberador del silencio. De ahí parten sus verdaderas prerrogativas sociales.
Lo que es un hecho es que la libertad de expresión hoy en día se viste y simboliza, más como acciones protocolarias que enuncian los múltiples agradecimientos políticos y muy poco se asocia a un acto liberador que conduce a la capacidad de razonamiento y crecimiento de todas las sociedades democráticas. Reflexionar pues en torno a ella curiosamente quizás sea para muchos un acto político, y lo es, pero la discusión trasciende a un sentido social cuando en sus valores la apropiación de la crítica, como ejecutoria de la reflexión, se levanta con respeto por encima de la subordinación silenciada.
“En cierto sentido, la libertad es como el aire que respiramos”, dice Zigmund Bauman, sociólogo contemporáneo que discute en relación a las fronteras de la libertad. Evidentemente la libertad está relacionada con la humanidad y al carácter humano de todos los hombres, esto es, es de naturaleza humana respirar, actuar y hablar. Es justamente en esta última donde, no sin razón, los medios de comunicación se han apropiado de ella como filosofía de sus actuares, y la esgrimen como principio esencial frente a la sociedad, aunque no siempre la asumen como “la responsabilidad de dar la voz a la conciencia y pensamiento de lo que nos gobierna como hombres ante los demás”, y por el contrario la colocan como el dogmatismo y servilismo institucional y político que pasa por encima de la razón social.
Expresarse libremente en los medios de comunicación, infiere entonces terrenos sinuosos, que en muchos de ellos delata los males y vicios añejos a los que se someten las sociedades actuales, como la violencia, la corrupción y el silencio tangible, desasosiegos que le hacen perder su sentido de convivencia; lo que significa que la piel de las sociedades actuales es la piel de los medios de comunicación, y su libertad de expresión es la misma que la de sus ciudadanos.
Por eso mucho de los festejos de la libertad de expresión en estos tiempos pierden credibilidad frente a los ciudadanos, no porque no se permita hablar, aunque haya quienes todavía lo impidan, sino porque en la mayoría de los discursos pervive la ausencia de quienes le otorgan su fundamento. Las palabras carecen de valor cuando no se ejecuta en congruencia con su sentido social. Lo que se discute en esencia no es la libertad de expresión, sino las voces que muestran el distanciamiento de la gente, las palabras que no llevan en su base las razones de una sociedad que avala la crítica. Justo es ahí donde está el respiro de una sociedad, un pequeño respiro que se llama libertad.
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