Estudiantes: Entre la mediocridad y la falacia.
Preocupación genuina debiera ser la calidad de los estudiantes en México, no nada más en su día.
Debiera serlo porque amén de frías estadísticas y las excepciones de siempre, ellos son también reflejo de la crisis que parece no tocar fondo.
No atender sus deficiencias, sus necesidades y mantenerlos en el ámbito de “rebeldes temporales” no solo es garantizar la continuación de los esquemas con pocos resultados del presente, sino extinguir alternativas reales a los problemas de fondo.
No ocuparse de los estudiantes ahora, es negarle después a las empresas el personal calificado con el que pueda hacerse realidad el famoso “desarrollo económico”; es negarle al Estado mismo, los burócratas ejecutivos que demanda, tan distintos a los que posee en sus diversas estructuras.
Sin mayores vueltas, no hacerlo condena al país al círculo vicioso de la mediocridad en el que -de manera normal- muchos no alcanzan a comprender como es que se ha llegado hasta allí y menos a pensar cómo se puede salir de él.
Increíble parece no entender que en la mediocridad, un maestro enseñará contenidos similares e inadecuados a sus alumnos, condenándolos a la citada realidad al arraigar la idea de que lo conocido está bien, aunque no lo esté en verdad.
Eludiendo polémicas, estudiante significa estudiar antes de…(ir a clases) en el entendido del compromiso adquirido con el conocimiento; no revisar apuntes antes del cuarto para las doce. Significa prepararse, abrir la mente a las ideas consideradas válidas en el afán de mantener vivo el espíritu de mejoría de la especia humana.
Quien no estudia simplemente permanece en la oscuridad, ignorante de lo ocurrido, perdido en la actualidad, incapaz de prever lo que pueda suceder.
Estudiar no es simplemente tomar entre manos un libro y memorizarlo con los conceptos que allí se plasmen, es ir más allá. Es hacerlos interactuar con la experiencia propia y sopesarlos –compararlos si cabe- con el ideal de alguien más; incluso cuestionarlos si aparecen elementos que obligan a ello. Un aprendizaje automatizado como el instaurado de unos años para acá, poco aporta y solo nos hace menos analfabetas, nunca cultos.
El escenario no es ficticio, estudiantes que no leen, educandos que si bien les va alcanzan a “medio repetir” lo que memorizaron de un cable internáutico y del que por cierto, muy pocas veces se duda –a conciencia- de su veracidad o exhaustividad, por el solo hecho de haber sido difundido en la web. Maestros cuya prioridad reconocida está más orientada al “bienestar” de su gremio y a la actividad politiquera que se les ha encomendado. Padres de familia víctimas en primera generación de los vicios de la mala educación y un Estado que sigue hablando de revolución educativa, como si esta consistiera solo en dotar –a medias- de equipos de cómputo a las escuelas del país, capacitando –a medias- a los maestros que se dignan a llegar a sus cursos, pero olvidando en paralelo, evaluarlos con seriedad y revisar los contenidos que ofrecen.
Amén de las susceptibilidades, craso error sería pensar que nuestros niños y jóvenes siguen parámetros adecuados en educación.
Ciertamente pocos se salvarán de haber cometido errores significativos en los distintos ámbitos de la vida social –primer ejemplo para la educación- pero ese no puede ser el pretexto para no dar a aquellos la intensidad y severidad que se requiere en el momento de la enseñanza.
Por eso decíamos, preocupación genuina debiera ser la calidad de los estudiantes en México, no nada más en su día. Lamentablemente, la preocupación es ficticia, no pasa del dicho al hecho. Simplemente mañana, mañana… se olvidará.
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