Sucesión 2012: El debate... de debatir.
En
las democracias que presumen madurez la exposición de ideas es obligada; el
intercambio de opiniones entre candidatos respecto a los problemas de la masa y
los proyectos para resolverlos, es indispensable para que el electorado tenga
elementos para escoger de “mejor”
forma a su gobernante. Son ellos, los “aspirantes”, los principales
interesados en promover los encuentros llamados debates, donde además podrán “disparar”
mediáticamente su popularidad. Todo parte de nuevo de la formación crítica y
cívica de la sociedad en la que se da el escenario.
En
Tabasco, el estancamiento del fenómeno democrático pasa por la penosa discusión
de si dichos encuentros deben darse. En el país que nos toca vivir y padecer,
la escena se torna ligeramente dinámica cuando pese a las promesas de cada 3 o 6 años, apenas se ha logrado establecer en ley, la conveniencia de estos encuentros a nivel de candidatos a la Presidencia.
Un
debate, cierto es, es un riesgo, pero uno que debe correrse obligadamente si se
considera que lo que está en juego amén de la obtención del poder político, es
la futura toma de decisiones que terminará afectando a simpatizantes o no de un
proyecto, a votantes o no de una jornada electoral.
Quien
debate muestra ante su público las capacidades que posee; exhibe su cultura, su
lenguaje; muestra la personalidad, ratifica la conocida o desenmascara al lobo
disfrazado de cordero; da cuenta del aplomo interior para enfrentar los
momentos difíciles y puede aproximarlo a un momento de presión como supone debe
ser el “bien gobernar”.
Pocos
podrían presumir que es sencillo. Requiere preparación, pero fundamentalmente
convicción.
Es
así que quien se niega a él, no deja muchos elementos para la justificación.
Cuesta, aún “queriéndolo” hacer, encontrar
en la actitud algún dejo positivo; más si se torna recurrente el mensaje de que
“solo los que van abajo en las
preferencias necesitan debatir”. De mal gusto puede parecer, citar solo a
un encuentro de estos a los supuestos finalistas en la carrera por un cargo.
En
el primer caso se muestra un desprecio por el sentido común; se centra todo en
la mera política electoral cuantitativa y se desprecia la cualitativa. Se niega
sin ir al fondo, la posibilidad de revertir tendencias por cuidar-privilegiar
el ámbito personal o de grupo, asemejándose a la actitud propia de los
politicastros; en el segundo, el desprecio enfila hacia las minorías, que guste
o no, lo merezcan o no tras su desempeño en el poder, son reconocidas por las
leyes mexicanas y por lo tanto tienen los mismos derechos de participar.
A
estas alturas debe estar claro que las circunstancias del México del 2012
exigen compromisos y actitudes diferentes para los problemas de siempre;
obligar a los actores de siempre ha diferenciarse de los de antes, pero sobre
todo a no permitir más en el país, el consumo del gato… por liebre.
0 comentarios:
Publicar un comentario