Memoria del mar I.

Posted on 0:36 by Hugo Triano Gomez | 0 comentarios



Flor de Líz Pérez Morales.



¡Estoy decidida! el traje de baño sale de la maleta, quiero aprovechar los últimos rayos del sol. La toalla y el pareo me acompañan en mi recorrido a la playa. El pequeño hotel me gusta. La brisa es fría, las cuatro princesas ya están en el agua, me animan, dicen que el agua está cálida pero yo me desanimo; la piel se me empieza a poner roñosa, me da frio. No me voy a meter al agua, mejor me quedo en el camastro, el pareo no me cubre mucho. El sol se oculta, las princesas siguen en el agua. Empieza a anochecer, pero no me quiero ir. Me gusta el horizonte solitario a pesar del frio. El agua tiene tres tonos, claro, turquesa y azul profundo.
El tiempo corre, me llena los sentidos observar la casi noche, mi hermana menor se sienta a mi lado, al otro lado mi cuñado; empiezo a toser, la brisa agudiza mi tos. Mi cuñado dice que pida un tequila con limón. Lo hago. Llega en un instante. Lo tomo. Su sabor me recuerda un beso, pero no lo es. Me dan ganas de decirle al mesero que ese tequila no me sabe al beso que recibí, que busque uno con ese sabor. Me rio conmigo misma, me dirá que estoy loca, que ese sabor especial no lo tienen en ningún lado.
El mar me da tristeza. Le pregunto a mi cuñado cómo es un día en la plataforma. Lo narra, dice que es silencioso como ahora, que sus jornada son de seis a seis, cenan, se dan un baño y los hombres deciden si van a la sala colectiva o cada quien se va a sus cuartos a ver televisión. En los camastros seguimos nosotros tres arrastrando el silencio de la noche y la brisa del mar. Se ve una luz en el cielo, yo digo que es un avión, él dice que es un satélite porque no relampaguea; le doy la razón. Otra luz roja y pequeña ilumina el mar, él dice que es una lancha que solicita canal, porque a la luz roja la acompaña una verde. También le creo. Mi tos se agudiza, mejor nos levantamos para ir cenar.
Todos nos reunimos. El restaurante italiano es muy pequeño, huele, están haciendo el pan de la casa. Ceno mi ensalada formaggio, pasa el paquete italiano, me rio porque me recuerda la comida de la tarde cuando la princesa joven y la familia se divirtieron a mis costillas; sobre un ofrecimiento con el empleo de la mercadotecnia me dieron a escoger tres paquetes: Un paquete local, que contenía a un ranchero con acciones en una empresa, un rancho y algo de diversión; un paquete nacional que ofrecía un hombre inteligente y un paquete internacional que ofrecía un italiano dueño del pequeño hotel de diez habitaciones donde nos hospedamos, una vieja camioneta negra polvosa y mi enorme placer por la cultura italiana que saben ellos me es atractiva, incluyendo su comida. ¡Pobre hombre!, ni cuenta se da del juego y las especulaciones infames de mi familia.
Pienso que por lo menos eso ya le valió al italiano para ser protagonista de esta narración. La votación de la tarde fue divertida, el ranchero tuvo dos votos, el de mi hermana mayor, aunque ella tramposamente levantó la mano de la princesa pequeñita de un año. Contundente, logró dos votos. El paquete Inteligente sólo obtuvo el voto de la princesa joven, y eso porque ella lo propuso; y evidentemente arrasó el paquete italiano con todos los votos restantes, dicen que auguraba vacaciones permanentes en ese pequeño lugar del mundo, donde hasta el momento no hay centros comerciales, ni ruidos ensordecedores, solo calles polvosas y un mar hermoso…en ese pueblo se queda una tarde llena de risas.
Subo a mi habitación, me baño y me pongo mi vieja camiseta de Joan Manuel Serrat como pijama. Salgo al pasillo para ver la noche que ya me atraía desde que llegué. En él hay unos sillones de madera que me gustan para quedarme a ver desde mi cuarto la noche que llena el hotel rodeado de matas de plátanos. Me siento en los sillones, el silencio se altera con la suave música de Jorge Drexler, mi cuñada sale también en ropa de dormir, dice que escuchó la música y le llamó la atención. Se sienta a oír la noche en el sillón de al lado. La vieja canción de Hernaldo con el poema Te quiero de Mario Benedettti suena ahora. Sale mi hermana y se sienta en el sillón contiguo. Las tres nos quedamos calladas observando la oscuridad en medio de la música que ahora llena la noche con la voz ronca de Alejandra Guzmán cantando “Hacer el amor con otro”, ella se oye bien en ese lugar.
Maldita tos que sigue en mi cuerpo, la garganta se me cierra más, ¡Por Dios!, la voz me cambia con el frio de la brisa marina. Es como si se rebelara contra mí. Seguimos calladas, cada una en lo suyo. Yo cuento, son cinco los faroles que iluminan la entrada del pequeño hotel. El olor del pan horneado se desliza nuevamente. Llega una pareja, son los vecinos que ocupan la habitación de enfrente; recuerdo la plática con mi hermana cuando le dije que admiraba a la chica que portaba un traje de dos piezas en un cuerpo rollizo, sin pendientes con la vida, y sin embargo, a mí me daba pena enseñar mis piernas delgadas; sigo admirando a esa chica. Los pensamientos se interrumpen con la llegada de las tres princesas que salen en pijama para hacernos compañía, cambian el silencio por la plática de ellas. La niña y la adolescente se sientan en los sillones desocupados, la pequeñita se acurruca en los brazos de su madre, ahí se duerme. El silencio nos abruma. Es tarde… hora de dormir.
¡Maldita tos que me despierta!, es más frecuente. Escucho un ruido constante que cae en el techo de la habitación. Es la madrugada, me levanto y abro la cortina, está oscuro y llueve fuerte. Nunca había visto llover en el mar, el agua y las matas de plátano se mueven con la brisa. Me animo y pienso que sólo será un rato maravilloso de lluvia, me place la caída del agua entre las hojas del plátano. Falta mucho para que amanezca, me da tiempo a dormir nuevamente, eso me alienta a pensar en el desayuno en el restaurante. Sí, voy a desayunar en un lugar que tiene olor a pan hecho en casa… por cierto, pensar en ello me hace olvidar la tos.

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