De negros...hábitos y leyes de contentillo.
En las democracias auténticas, la opinión pública juega un verdadero papel de contrapeso. No se le ignora, no se le maltrata, no se le reta. Se le respeta. En un régimen de esta naturaleza alguien “descubierto” en algo presuntamente irregular, no increpa, se somete a escrutinio, más si se trata de un funcionario público. El gobernante en turno como es de suponerse actúa, entiende la conveniencia de aclarar, no titubea, menos solapa.
Tabasco vive hoy la etapa final del sexenio más “permisivo” de los últimos que ha vivido, que ya es decir bastante y que vuelve a sentar con sus omisiones, precedentes peligrosos amén de dejar hebras para el análisis.
¿Cómo puede jactarse un gobierno de mantener el control cuando sus funcionarios inician la semana desayunando tranquilamente en horarios de trabajo, con los “amigos del alma”, para hablar de todo y de todos –según confesó el propio actor principal de éste Humberto Mayans- incluida por elemental lógica la política electoral adelantada, si luego a priori, sin más argumentos que su palabra, el Gobernador los exonera advirtiendo que él “no tiene informes de nada irregular”? ¿Cómo pedirle después a los potros desbocaos algo de cordura, si él mismo con su afirmación, les da bandera verde para en sus horarios laborales privilegiar todo, menos lo que se debería?
¿Dónde quedó el discurso del propio Andrés Granier, cuando en su cuarto informe de actividades llamó a sus funcionarios a dedicarse de “tiempo completo” a su trabajo o que mejor buscaran otra cosa (para ganarse la vida)? En el aire, sin duda.
El asunto no es minúsculo aún y cuando el secretario de comunicaciones y transportes Aquiles Domínguez se agote y se enoje queriendo minimizarlo, queriendo imponer su visión en los hechos. Envía sí, el peligroso mensaje de que el abuso de autoridad prevalecerá en lo que resta del sexenio; el desafortunado mensaje de que el Gobierno puede hacer –como se afirma- lo que quiera sin que nadie diga algo. Para acabar pronto, parece llevar el mensaje en cuestión a “mudar de piel” para convertirse en soberbia, en donde “no me importa lo que pienses de mí, teniendo yo el sartén por el mango”.
Olvida el presunto infractor de uno de los principios básicos de la ley de los servidores públicos, que sus prerrogativas provienen del siempre lastimado erario, que no soporta más simulaciones en lo que a la productividad laboral se refiere. Olvida el jerarca del ámbito gobierno que defensas a ultranza como ésta, más que ayudarle, le descalifican.
El asunto sí es simple, uno de los Estados más retrasados en todos los ámbitos como Tabasco, no puede permitirse lujos de este tipo. Cierto es que quizás la conducta en mención no alcance para un cese fulminante –que ni objetivo del presente es- pero si existiera un mínimo de interés por hacer las cosas bien y de honrar la palabra, una llamada de atención o una amonestación podrían ser opciones. Además que nuevos casos podrían evitarse.
Por supuesto que no hay nada de malo tampoco en que el coordinador de asuntos religiosos del gobierno Máximo Moscoso envíe saludos a nombre de Humberto Mayans sin que él lo haya pedido, como ya señaló en aras de deslindarse el propio ex Secretario de Gobierno. Después de todo, dicen que el tabasqueño es zalamero por definición. El problema surge cuando hay que definir lo que pasa en Tabasco, más si mentes como la de Javier Solórzano hablan de México como un país de leyes… de contentillo.
Tabasco vive hoy la etapa final del sexenio más “permisivo” de los últimos que ha vivido, que ya es decir bastante y que vuelve a sentar con sus omisiones, precedentes peligrosos amén de dejar hebras para el análisis.
¿Cómo puede jactarse un gobierno de mantener el control cuando sus funcionarios inician la semana desayunando tranquilamente en horarios de trabajo, con los “amigos del alma”, para hablar de todo y de todos –según confesó el propio actor principal de éste Humberto Mayans- incluida por elemental lógica la política electoral adelantada, si luego a priori, sin más argumentos que su palabra, el Gobernador los exonera advirtiendo que él “no tiene informes de nada irregular”? ¿Cómo pedirle después a los potros desbocaos algo de cordura, si él mismo con su afirmación, les da bandera verde para en sus horarios laborales privilegiar todo, menos lo que se debería?
¿Dónde quedó el discurso del propio Andrés Granier, cuando en su cuarto informe de actividades llamó a sus funcionarios a dedicarse de “tiempo completo” a su trabajo o que mejor buscaran otra cosa (para ganarse la vida)? En el aire, sin duda.
El asunto no es minúsculo aún y cuando el secretario de comunicaciones y transportes Aquiles Domínguez se agote y se enoje queriendo minimizarlo, queriendo imponer su visión en los hechos. Envía sí, el peligroso mensaje de que el abuso de autoridad prevalecerá en lo que resta del sexenio; el desafortunado mensaje de que el Gobierno puede hacer –como se afirma- lo que quiera sin que nadie diga algo. Para acabar pronto, parece llevar el mensaje en cuestión a “mudar de piel” para convertirse en soberbia, en donde “no me importa lo que pienses de mí, teniendo yo el sartén por el mango”.
Olvida el presunto infractor de uno de los principios básicos de la ley de los servidores públicos, que sus prerrogativas provienen del siempre lastimado erario, que no soporta más simulaciones en lo que a la productividad laboral se refiere. Olvida el jerarca del ámbito gobierno que defensas a ultranza como ésta, más que ayudarle, le descalifican.
El asunto sí es simple, uno de los Estados más retrasados en todos los ámbitos como Tabasco, no puede permitirse lujos de este tipo. Cierto es que quizás la conducta en mención no alcance para un cese fulminante –que ni objetivo del presente es- pero si existiera un mínimo de interés por hacer las cosas bien y de honrar la palabra, una llamada de atención o una amonestación podrían ser opciones. Además que nuevos casos podrían evitarse.
Por supuesto que no hay nada de malo tampoco en que el coordinador de asuntos religiosos del gobierno Máximo Moscoso envíe saludos a nombre de Humberto Mayans sin que él lo haya pedido, como ya señaló en aras de deslindarse el propio ex Secretario de Gobierno. Después de todo, dicen que el tabasqueño es zalamero por definición. El problema surge cuando hay que definir lo que pasa en Tabasco, más si mentes como la de Javier Solórzano hablan de México como un país de leyes… de contentillo.
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