El silencio político...
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En un marco social como el
tabasqueño, donde el ruido político se toma como un rasgo propio de la cultura
de esta tierra, el concepto de silencio
parece no caernos bien; para muchos el silencio es carente de significados. La decisión del gobernador del Estado Arturo
Núñez Jiménez de no conceder entrevistas de banqueta o de guardar silencio ha
generado en los medios periodísticos un gran número de comentarios, la gran mayoría de ellos casi siempre sin revisar en la seriedad
de las reflexiones emitidas, aventados en la escena del ataque o del
contraataque.
Del asunto vale la pena
precisar: Primero, que este silencio encuentra su frontera de acción en la improvisación que se hace en el espacio público, es decir, que el silencio del
gobernador estará acotado en lo que tradicionalmente se conoce como “entrevista de banqueta”, y no
propiamente en otros ámbitos periodísticos; y la otra precisión que se asunta
es que las respuestas a los cuestionamientos serán otorgadas por los
responsables de las diversas instancias de gobierno.
De primera impresión puede
entenderse como muchos personajes lo han leído, como un acto de incapacidad del
gobierno, a través de su más importante representante, de hablar de cara al
ciudadano teniendo como medio lo periodístico; algunas valoraciones insinúan,
desde este ángulo, el otorgamiento simbólico de que el medio en su función
social es el ciudadano. Desde ahí es un papel que históricamente no se ha
ganado.
Diego Lizarazo menciona
que “nuestra tendencia cultural
dominante, nuestra mediatización mayoritaria, no parece hermanar la imagen con
la sonoridad”. Acostumbrados a la exacerbación de la palabra oral, la visible,
la que se muestra como la descripción informativa, más sustentada en la
hiperrealidad, no podemos leer otras
formas del discurso político; frente a la ausencia del aparente silencio del
gobernador, tal parece que no se puede decir mucho. El silencio no forma parte
de la lectura social de los medios. No somos lectores de lo callado y por eso
criticamos la ausencia de la oralidad, cuando lo silencioso también es parte de
la leyenda social.
Más allá de lo inmediato, en tal discurso del silencio pueden emerger
algunas apostillas relativas. Por un lado,
la construcción de un imaginario social que alude a un gobierno que no tiene
respuestas inmediatas frente a la condición de lo políticamente emergente. En
lo significativo del tema bien puede entenderse como el poco riesgo que se
quiere correr frente al alud de problemas sociales, la palabra oral se asume
como compromisos que no se pueden aventurar en tiempos de crisis social.
Por otro lado, quizás lo más
reflexivo en esta valoración es la lectura del silencio de la figura gubernamental
que desliza la palabra con autoridad para las instancias garantes de las
acciones de gobierno, lo que dota de responsabilidad, de los dichos, a quienes
lo enuncien.
Es verdad que ya se ha apreciado
la forma en que muchos políticos responden a la inmediatez, a la improvisación,
lo que también se entiende como una provocación de la respuesta inmediata sin
sentido, es decir, contestar por contestar. Desde aquí que la disposición
política quizás pueda entenderse en el compromiso personal de lo que se diga, de lo expresado en la oralidad;
ésta también es otra forma de significar lo no dicho en boca del gobernador en
las banquetas. En lo más profundo del asunto subyace una pequeña vena que
implica suposiciones latentes ¿El silencio será el rasgo de acción de este
gobierno?
Toma sentido la nueva tarea de
los medios de comunicación en Tabasco. Adustos en la nueva codificación social, se tiene que
improvisar en la lectura del discurso gubernamental. Lo interesante de todo lo
anterior es que con este asunto se obliga a los lectores mediáticos a tomar en
sus manos la nueva jerga del discurso
político impuesto por el gobernador. Bien llevado tendrá que ser el apostolado
educativo del francés Edgar Morin: “hay que aprender a aprender”.
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