Dura lex, GAY lex.
Hugo Triano Gómez
La homosexualidad ha existido desde hace mucho tiempo, no siempre. Que ello haya ocurrido no quiere decir que sea bueno, con todo y las preferencias de los grandes artistas de siglos pasados. Tampoco que sea normal, natural, menos que tenga que sernos impuesta sin siquiera ejercer el derecho de disentir.
Superada la barrera personal de cada quien para decidir abundar al respecto, procede atender el asunto con seriedad y aunque parezca contradictorio, con disposición a advertir las diversas vertientes del asunto. Después de todo, este es un caso que rebasa la tradicional arena de los liberales y los mochos, la de la religión y los izquierdosos. Es uno que necesariamente atiende a la moral. Sin considerarla, cualquier discusión será tendiente a los vicios de la democracia y por ende, a terminar siendo solo una pérdida de tiempo y de energía.
Considerar entonces que los homosexuales deben tener derechos específicos en una sociedad que ya los reconoce parece una exageración, pues nunca han dejado de ser ciudadanos por su condición, pero también un acto de discriminación de quienes irónicamente buscan “protegerlos”, al hacerlos “especiales” con sus designios legales.
Es cierto, los también llamados gays no podían casarse en suelo mexicano y gracias a recientes reformas podrán hacerlo a partir de Marzo en la capital del país. Inevitable resulta cuestionar la funcionalidad de la democracia electoral, luego que la corriente política mayoritaria del DF (PRD) apostó por una aspiración de un grupo minoritario, más allá de que puedan saturar con su presencia alguna plaza pública.
Fuera de realidad estaría afirmar que garantizar la posibilidad del matrimonio entre “iguales” es un deseo de las mayorías, pues amén de ideas de tolerancia, es tanto como insinuar que los capitalinos están a favor de dichas tendencias; peor aún, que su aspiración sea revolucionar la institucionalidad de la familia.
Y es que no puede perderse de vista que es justamente el papel de ésta, el que está en juego en el presente escenario. Así, como no debe haber temor a las críticas por considerar antinatural una condición de "gusto" por las personas del mismo sexo, tampoco debe haberlo para reconocer a la familia como la célula mínima e indispensable para el desarrollo de una sociedad. Es justamente el elemento clave para su formación, como el municipio lo es –en teoría- para con un Estado.
Este no es un asunto de “open minds”, sí es el debate por el fortalecimiento o la denigración de la familia, la institución de la que todos, incluso los que votaron a favor de este golpe a sus cimientos, salimos algún día. Una familia vale la pena recordar, nunca dejará de serlo pese a los problemas que enfrente, incluida la falta de alguno de sus miembros por las razones que sean, incluido el abandono. Dejará de ser una familia completa, pero con mamá e hijos seguirá denominándose así.
Quizás una argumentación válida en todo esto, pudo ser el hecho del surgimiento de problemas entre las parejas de iguales que decidieran separarse y la posible salida de éstos sin incidentes mayores, de parte de sus miembros. Desafortunadamente para sus seguidores la misma ley de sociedad de convivencia para el Distrito Federal plantea ya alternativas y derechos-responsabilidades adquiridos entre los unidos, lo que significa que el verdadero espíritu de la disposición solo busca dar muestras de poder político y arrinconar cual inquisidor criticado, a quien o quienes busquen un refugio en las buenas costumbres.
Buscando en el fondo de la olla, suena a burla la aspiración de la Secretaría de Turimo del Distrito Federal, que ya reconoció que ante la entrada en vigor de la nueva norma, podrían generarse más divisas por las visitas a la ciudad, además de ser reconocida en algún momento como capital del sexo. Se le olvida al Gobierno de la urbe Mexicana que ningún dinero justifica cualquier acción para corromper.
Mención aparte merece la poco escrupulosa idea de dotar a la misma pareja gay de la posibilidad de adoptar hijos, siendo que un Gobierno que se jacte de ser serio lo que debería hacer es promover el rescate o la manutención para su fortalecimiento, de las consideradas instituciones fundamentales. Para decirlo de otro modo, ya bastante significa el reconocimiento legal de la boda entre homosexuales como para permitirles ahora, inducir hacia sus prácticas a una cría ajena que sin deberla ni temerla, no tendrá más opción en su vida que repetir las prácticas que por su entorno, terminará por creer válidas, correctas, justas, necesarias.
¿Quién podrá entonces sugerir siquiera que la vida es al revés, que no debe confundirse lo anormal con lo normal? Mentiras serán las afirmaciones de los aspirantes a padres ficticios, de que solo quieren brindarse la oportunidad de dar amor. El objeto verdadero de estos, es propagar una célula que inevitablemente si no se detiene el cruso de las cosas, expandirá la idea de que la familia a como la conocemos no tiene razón de ser. Una que incluso podría sugerir, que el padre de hoy, mañana puede ser la madre tanto en forma como en fondo.
No nos quejemos pues luego de este nuestro mundo. Si seguimos actuando libertinamente en nombre de la libertad, más temprano que tarde calificaremos como correcta, justa, válida y hasta necesaria, la perversión de las relaciones con animales. No tardará en volverse común que nuestras niñas sean entregadas o vendidas de nuevo al mejor postor. Tomaremos sin sorpresa y pudor decisiones más alejadas a la libertad que tanto se pregona. Olvidaremos más pronto que un suspiro, que la libertad tiene que ser acotada por un espíritu de orden y bienestar, más allá de los lamentos de unos cuántos convencidos y de verdaderos encerrados en el clóset de sus propios traumas.
La homosexualidad ha existido desde hace mucho tiempo, no siempre. Que ello haya ocurrido no quiere decir que sea bueno, con todo y las preferencias de los grandes artistas de siglos pasados. Tampoco que sea normal, natural, menos que tenga que sernos impuesta sin siquiera ejercer el derecho de disentir.
Superada la barrera personal de cada quien para decidir abundar al respecto, procede atender el asunto con seriedad y aunque parezca contradictorio, con disposición a advertir las diversas vertientes del asunto. Después de todo, este es un caso que rebasa la tradicional arena de los liberales y los mochos, la de la religión y los izquierdosos. Es uno que necesariamente atiende a la moral. Sin considerarla, cualquier discusión será tendiente a los vicios de la democracia y por ende, a terminar siendo solo una pérdida de tiempo y de energía.
Considerar entonces que los homosexuales deben tener derechos específicos en una sociedad que ya los reconoce parece una exageración, pues nunca han dejado de ser ciudadanos por su condición, pero también un acto de discriminación de quienes irónicamente buscan “protegerlos”, al hacerlos “especiales” con sus designios legales.
Es cierto, los también llamados gays no podían casarse en suelo mexicano y gracias a recientes reformas podrán hacerlo a partir de Marzo en la capital del país. Inevitable resulta cuestionar la funcionalidad de la democracia electoral, luego que la corriente política mayoritaria del DF (PRD) apostó por una aspiración de un grupo minoritario, más allá de que puedan saturar con su presencia alguna plaza pública.
Fuera de realidad estaría afirmar que garantizar la posibilidad del matrimonio entre “iguales” es un deseo de las mayorías, pues amén de ideas de tolerancia, es tanto como insinuar que los capitalinos están a favor de dichas tendencias; peor aún, que su aspiración sea revolucionar la institucionalidad de la familia.
Y es que no puede perderse de vista que es justamente el papel de ésta, el que está en juego en el presente escenario. Así, como no debe haber temor a las críticas por considerar antinatural una condición de "gusto" por las personas del mismo sexo, tampoco debe haberlo para reconocer a la familia como la célula mínima e indispensable para el desarrollo de una sociedad. Es justamente el elemento clave para su formación, como el municipio lo es –en teoría- para con un Estado.
Este no es un asunto de “open minds”, sí es el debate por el fortalecimiento o la denigración de la familia, la institución de la que todos, incluso los que votaron a favor de este golpe a sus cimientos, salimos algún día. Una familia vale la pena recordar, nunca dejará de serlo pese a los problemas que enfrente, incluida la falta de alguno de sus miembros por las razones que sean, incluido el abandono. Dejará de ser una familia completa, pero con mamá e hijos seguirá denominándose así.
Quizás una argumentación válida en todo esto, pudo ser el hecho del surgimiento de problemas entre las parejas de iguales que decidieran separarse y la posible salida de éstos sin incidentes mayores, de parte de sus miembros. Desafortunadamente para sus seguidores la misma ley de sociedad de convivencia para el Distrito Federal plantea ya alternativas y derechos-responsabilidades adquiridos entre los unidos, lo que significa que el verdadero espíritu de la disposición solo busca dar muestras de poder político y arrinconar cual inquisidor criticado, a quien o quienes busquen un refugio en las buenas costumbres.
Buscando en el fondo de la olla, suena a burla la aspiración de la Secretaría de Turimo del Distrito Federal, que ya reconoció que ante la entrada en vigor de la nueva norma, podrían generarse más divisas por las visitas a la ciudad, además de ser reconocida en algún momento como capital del sexo. Se le olvida al Gobierno de la urbe Mexicana que ningún dinero justifica cualquier acción para corromper.
Mención aparte merece la poco escrupulosa idea de dotar a la misma pareja gay de la posibilidad de adoptar hijos, siendo que un Gobierno que se jacte de ser serio lo que debería hacer es promover el rescate o la manutención para su fortalecimiento, de las consideradas instituciones fundamentales. Para decirlo de otro modo, ya bastante significa el reconocimiento legal de la boda entre homosexuales como para permitirles ahora, inducir hacia sus prácticas a una cría ajena que sin deberla ni temerla, no tendrá más opción en su vida que repetir las prácticas que por su entorno, terminará por creer válidas, correctas, justas, necesarias.
¿Quién podrá entonces sugerir siquiera que la vida es al revés, que no debe confundirse lo anormal con lo normal? Mentiras serán las afirmaciones de los aspirantes a padres ficticios, de que solo quieren brindarse la oportunidad de dar amor. El objeto verdadero de estos, es propagar una célula que inevitablemente si no se detiene el cruso de las cosas, expandirá la idea de que la familia a como la conocemos no tiene razón de ser. Una que incluso podría sugerir, que el padre de hoy, mañana puede ser la madre tanto en forma como en fondo.
No nos quejemos pues luego de este nuestro mundo. Si seguimos actuando libertinamente en nombre de la libertad, más temprano que tarde calificaremos como correcta, justa, válida y hasta necesaria, la perversión de las relaciones con animales. No tardará en volverse común que nuestras niñas sean entregadas o vendidas de nuevo al mejor postor. Tomaremos sin sorpresa y pudor decisiones más alejadas a la libertad que tanto se pregona. Olvidaremos más pronto que un suspiro, que la libertad tiene que ser acotada por un espíritu de orden y bienestar, más allá de los lamentos de unos cuántos convencidos y de verdaderos encerrados en el clóset de sus propios traumas.
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