Legalis (Lealtad) ¿A qué?
Desde siempre la lealtad ha sido virtud. Empero, al ser propia de la condición humana no todos pueden presumir de ella, aunque muchos puedan jactarse de haber vivido en algún momento, un episodio en el que dicha condición se haya hecho presente.
La lealtad es también una cualidad de la ética, supera la barrera de lo moral. Es seguir o hacer lo que se debe más allá del gusto. Suponer pues que la segunda (la moral) debe o puede estar por encima de la primera (la ética) en el momento de brindarse lealmente, es tergiversar conceptos y quizás equivocar el camino de la vida.
Dicho de otro modo se es leal a los principios, a las ideas, a lo deseable; a lo que se cree correcto y justo en amplitud de miras. Se diferencia de la fidelidad en que rebasa la escena de lo personal. Esto es, quien es leal es fiel, pero no necesariamente quien sea fiel, será leal.
Ser fiel no es malo pero no alcanza el estadio de la lealtad; su esencia puede ser confundida, reducida a las pasiones humanas, tanto que puede convertirse en un acto de hipocresía y cobardía sin ser detectadas durante mucho tiempo.
En México, en Tabasco, se jura fidelidad más no lealtad. Se jura fidelidad al gobernante en turno, amén de que ser leal obligaría a sus expositores a hacer ver que las cosas no siempre se hacen bien.
En México, en Tabasco, los actores políticos son fieles a la partidocracia, no son leales al supuesto motor de la “vida democrática”, llamado pueblo.
Son fieles a sus intereses, no leales a sus “representados”.
En México, en Tabasco, se es fiel a las canonjías, a los beneficios del poder, no se es leal a la búsqueda de soluciones serias, viables, acordes a una lógica de planeación futura.
Es más, se es fiel al momento, no se es leal con las generaciones por venir.
Se es fiel a la farza, no se es leal a la verdad. Se es fiel a las modas materiales, no se es leal a la verdadera riqueza: La educación, la cultura, el arte, la espirtualidad; se es fiel al dicho, a la idolatría, al ego, no se es leal al hecho, a la bondad.
En México, en Tabasco, se es fiel a los desfiles, al servilismo, a la loa; no se es leal a la ideología. Se es fiel al chayote, a la payola, al embute, no se es leal a la difícil tarea de hacer ver pajas en el ojo ajeno pero también la viga en el propio.
Se jura cual vasallo en los tiempos del feudalismo, fidelidad al “señor” aún y cuando se pudiera suponer que hay algo más por hacer, por intentar, por explorar. Se jura fidelidad a seis o tres años de “continuidad”, de comodidad y complicidad cuando desde allí debiera estarse siendo leal a las causas que antes se prometió defender, cambiar.
La cuestión a estas alturas no es lealtad a quién, si no a qué. Después de todo, se jura que se es fiel por que no se es leal. La lealtad no requiere promesas, testigos de por medio. Es una cuestión personalísima; es en una enamorada de la convicción… jamás de la conveniencia.
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