Mariguanadas de alto nivel.

Posted on 9:47 by Hugo Triano Gomez | 0 comentarios


Hugo Triano Gómez.





Una vez más, el riesgo está latente. Otra vez, ante la falta de “tamaños” para tomar determinaciones que en verdad hagan frente a los problemas del país, se piensa en optar por lo más fácil, por el camino corto, por lo menos recomendable, por lo irresponsable. En este caso por legalizar la producción, la distribución y el consumo de drogas.
Y es que sin más ni más, los afines a la idea están encendiendo un cerillo ante una válvula de gas abierta que significan la ignorancia y la debilidad de la identidad cultural, ahora más que siempre negadas en el Mexicano común.
Así, el recuento de los daños es claro a la distancia y de auténticos pronósticos reservados.
Muchos lo saben pero pocos lo toman verdaderamente en serio; pocos de los que deberían consideran “tan siquiera” para la toma de decisiones que la Mexicana, en su mayoría, es una sociedad enferma, deprimida, viciosa, con cada vez más carencias en el terreno material, espiritual y en el de “lo que debería ser”; con una pérdida de identidad constante y un “emocionante” pero equivocado interés de emular el modelo de la felicidad capitalista; una sociedad que paradójicamente lidia muy seguido con problemas financieros, en otras palabras, que vive en crisis.
Es a esta sociedad ¡sí! a ésta a la que se le pretende decir que use su criterio para decidir si consume o no drogas, como si los elementos ya comentados no amenazaran con nublar el buen pensar; como si además de todo, durante muchos años se hubiera procurado como política real, formar un criterio personal y general adecuado sobre los alcances y riesgos del contacto con la droga.
México no puede permitirse tocar fondo en el asunto.
Las “mayorías” de la clase política deben dar cuanto antes, muestras claras de que no han enloquecido; muestras de que la droga que quizás más de uno de los que tomarán la decisión consumió, no le afectó las neuronas en sus constantes u ocasionales encuentros con los estupefacientes.
Hacer lo contrario pondría en el filo del barranco a una sociedad -que en franca ironía- muy pronto celebrará con mariguana en mano, 200 años de independencia.
A todo esto, bien valdría la pena reflexionar sobre la independencia que sueñan y a la que obedecen los vividores de la democracia; una que se sabe, no es solo riesgosa para el orden establecido, si no que atenta contra el alma independiente de una nación y uno de sus fundadores, de aquel que desnudó sus sentimientos, buscando que solo la virtud y los vicios distinguieran a los nacidos y residentes en esta tierra.
Ahora todo parece al revés, la tónica indica que desde la “soberbia” -que no soberanía popular- de los legisladores se volverá a imponer una práctica que solo ofrece soluciones en su mundito de diplomacia y todo poder.
En un afán de falsa tolerancia, no puede decírsele que sí a una medida que traería consigo más problemas que cosas positivas.
El Estado está obligado a hacerle frente al flagelo –como hasta ahora y más lo necesario- pese a que para algunos actores el ejército no esté para ello. Seguro que aquellos los prefieren plantando arbolitos, atendiendo emergencias o instruyendo a los adultos que no saben leer ni escribir.
Legalizar pues el campo de acción del narcotráfico es darle sentido al mote de “señor” que han acuñado quienes a esto se dedican; sería no honrar a los héroes de verdad que dejaron su vida y su sangre en esta auténtica guerra.
Legalizar las drogas es borrar lo que no se ha hecho bien antes; legalizar las consecuencias de lo que no se ha podido evitar por achichigüar en demasía a un sindicato de maestros que en lugar de reformar un sistema educativo, ha hecho todo para minarlo hasta terminar corrompiéndolo. Es condenar al fracaso cualquier esperanza de recuperación de una sociedad, decíamos, enferma.
Legalizar las drogas en un país como el nuestro es no tener memoria, una marigüanada de alto nivel, pero ante todo, muestra ineludible de no tener… progenitora.

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