De necesidades, intelectuales y pervertidos.
Flor de líz Pérez Morales.
Lo cierto es que nadie abona a
nada, nadie estima nada. Las acciones corren sin lógica y nadie se atreve a
cuestionar, criticar o entonar en el buen sentido del pensamiento humano, las
acciones políticas, con la verdadera certidumbre de estar marcando rumbo. La
vida del Estado tabasqueño se dirime en los frugales pensamientos de
cualquiera; todos apuntan a los sinsentidos, sin la conciencia crítica de lo
que podemos entender en la relación entre la inteligencia y el Estado, en eso
que justamente la conciencia da: la libertad en el valor más profundo. La libertad de no ser controlada en sus pensamientos
por nadie, de no tener el dominio de nadie, porque no se debe nada a nadie, más
que a la razón humana de convivir y hacer lo adecuado.
El esnobismo del intelectual se
hace trascendente sólo para opinar de lo que no implica riesgos. Pareciera que
la inteligencia se mide en la cantidad de libros leídos, y no de la conciencia
crítica y la responsabilidad social
que implica vivir ciertas circunstancias. No es así. Un intelectual no es el
que llena sus opiniones diciendo cuántos libros se leyó al día, para no decir
nada cuando hay que decirlo porque ello implica riesgos a las libertades. Eso
se llama buen lector, pero no puede denominarse Intelectual, en la connotación
del nombre. Alguna vez el maestro Daniel Cosío Villegas apuntaba que en México
el intelectual había sido muy poco generador material o ideológico de los
acontecimientos políticos, menos protagonistas de ellos.
Es verdad que la propia historia
nos ha relatado la forma en que muchos hombres de ideas han definido y
sustentado, al final de cuentas, sus posturas en favor del poder o de intereses
donde queda subrayado las perversiones de la intelectualidad con el poder.
Desde ahí las definiciones
tajantes de Gabriel Zaíd para entender lo que no es un intelectual, figura
pública que día a día se pierde en el papel trascendental al que estaría
obligado. Al respecto Zaíd dice: “No son intelectuales: los que no intervienen
en la vida pública; los que intervienen como especialistas; los que adoptan la
perspectiva de un interés particular; los que opinan por cuenta de terceros;
los que opinan sujetos a una verdad oficial (política, administrativa,
académica, religiosa); los que son escuchados por su autoridad religiosa o su
capacidad de imponerse (por vía armada, política, administrativa, económica);
los taxistas, peluqueros y otros que hacen lo mismo que los intelectuales, pero
sin el respeto de las elites; los miembros de las elites que quisieran ser
vistos como intelectuales, pero no consiguen el micrófono o (cuando lo
consiguen) no interesan al público; los que se ganan la atención de un público
tan amplio, que resulta ofensivo para las elites”.
Frente a ello, un intelectual
sería todo lo contrario a lo expuesto por Zaid. Un intelectual sería una figura
pública cuya voz sea respetada y escuchada en todos los sectores de la
sociedad, incluyendo a las elites, y cuya libertad de pensamientos se escurre
en el discernimiento de la razón y calidad humana, para marcar los trazos a
seguir en la vida pública de cualquier Estado. Es la congruencia del
pensamiento con el actuar.
Muy lejos están de ocupar ese
lugar los académicos que
aún con la inteligencia se esconden y trazan líneas de poco riesgo, porque la
ciencia se dicta en la “neutralidad”; tampoco lo son los cientos de periodistas o comunicadores que se ufanan de las relaciones con el
poder, pero no apuntan a marcar trazos significativos cuando hay que hacerlo,
sin menoscabos partidistas, sin intereses económicos.
El maestro Daniel Cosío Villegas
también señalaba que “la más hermosa tarea que pueda ofrecérsele a un
intelectual e: transformar el medio en que por ahora está condenado a vivir
para hacerlo propicio a una acción política realmente inteligente”
Asumir posturas ideológicas para
un intelectual conlleva riesgos, porque le da claridad al pensamiento, valor a
la razón y empuña el coraje frente a la sinrazón, pero especialmente porque le
da sentido a las palabras, instrumento fundamental para asumirse en la
inteligencia.
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