Penales: Honduras de una tragedia.
Lo
sucedido en últimas horas con los presos del penal de Comayagua en Honduras, es
sin duda una tragedia, una que sin embargo dista mucho de haber comenzado hace
apenas unas horas.
Y
es que no hace falta más que sentido común para establecer que en un país con
carencias y desigualdades como el Centroamericano y el nuestro mismo, se hace
lo que se puede -y un poco menos- para mantener alejados de la sociedad a
quienes delinquieron.
El
asunto toral es que mientras aparecen las declaraciones de “Solidaridad”, las “caras de
consternación” de quienes verdaderamente ni sienten el hecho; mientras se
prometen investigaciones a fondo “caiga
quien caiga” y comienzan a aparecer los “chivos
expiatorios”, el sistema penitenciario, el proceso de readaptación social y
la protección civil que es casi la misma en los países subdesarrollados, vuelven
a quedar en entredicho.
Tuvieron
que calcinarse ahora casi 400 reos para que en toda América –fundamentalmente-
vuelva a hablarse de la asignatura pendiente, de la tarea olvidada, de voltear
a ver a las cárceles.
Cuna
de masters en delincuencia, sede de hombres más ó menos peligrosos según el
cristal con que se mire; caldo de cultivo para mentes brillantes mal
encauzadas, tierra de nadie, del más fuerte; hogar de algunos y hasta refugio de
otros, en eso se han convertido las cárceles que debieran ser la antítesis de
la moderna utopía.
En
Tabasco por supuesto el panorama no es alentador. Con 18 centros de reclusión
sobrepoblados, con gente de todos los colores y sabores mezclados entre sí; con
políticas públicas reducidas al discurso de “procurar
alentar el trabajo, la educación y el deporte” entre los internos de
acuerdo con la última actualización del “Plan
Estatal de Desarrollo”; con mínimo presupuesto y menos imaginación y convicción, la reinserción de éstos en la sociedad parece
condenada al fracaso.
Amén
a ello ¿cuál de las sedes presidiarias está exenta del tráfico de
estupefacientes, de influencias y privilegios? ¿Quién se atreve a negar que el
acceso de utensilios para delinquir desde el interior pasa por la venia de
alguien que simplemente no hizo su labor como debía? ¿Cuál de todas ellas ha
recibido mantenimiento reciente de sus instalaciones eléctricas, anexas y
conexas?
¿Cuentan
todas –o alguna- con su “atlas de riesgo”? ¿Su personal con un
plan de contingencias o simplemente actuarán hasta ese día, como les venga en
gana o si bien le va, como Dios les ilumine?
La
responsabilidad es mayúscula, pero la tragedia lo es más.
La
tragedia es que un recluido en México y Tabasco no tiene más alternativas que
esperar a morir -quemado o no- sin una auténtica readaptación, sin una posibilidad real de
enmendar el camino; que no tenga más que salir a lo mismo, a delinquir, a
olvidar la bondad, a practicar la barbarie en busca de un bien haciendo el mal.
A regar el cáncer encapsulado -nunca tratado- en algún inocente, víctima de no
haber advertido y contribuido a tiempo a evitar la descomposición…social.
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