Manifiesto de inconformidad.
Cuando
pensaba en esta escritura, deliberaba en las palabras de Max Weber, y en sus
ensayos “El Político y El Científico“.
De ahí resalto justamente el vínculo que el autor mencionado significa respecto
al Estado y la violencia como una relación íntima, es decir la violencia como
un medio “normal” empleada por el
Estado en su ejercicio de dominación.
¿Cómo
se sentirían ustedes que en un recibo de pago de su salario vean mermado su
sueldo hasta en un 50 por ciento o más, de sus ingresos? Pues el mismo estupor
y coraje le llegó a muchos académicos de la Universidad Juárez Autónoma de
Tabasco (UJAT), a los que justo nos pasó eso. Metafóricamente hablando, fue
gravado con impuestos hasta nuestro último respiro.
Creo
ser una de las tantas voces que se suma a la molestia de muchos mexicanos que
hemos soportado la toma de decisiones que en nuestro nombre han llevado los
políticos. Sin embargo, es indigno soportar más lo obtuso de una política
hacendaría que emplea lo inequitativo de la justicia como bandera de escarnio
social, pero lo peor es cuando nuestros representantes guardan silencio o
aplauden lo equivocado de las acciones.
Hemos
sido históricamente un pueblo que apechuga lo erróneo de las leyes. Así durante
el año pasado vimos correr las reformas de energía, educación,
telecomunicaciones, política, hacendaria y financiera, como los principales
temas que predominaron en la agenda del Congreso de la Unión, en el escenario
del primer año del gobierno de Enrique Peña Nieto. Se veía venir, pero no
pensamos que llegaran a tanto y sin embargo así fue. No creo saber muchos de
economía, pero entiendo que el problema de fondo del Estado Mexicano subyace en
la mala administración que el gobierno ha hecho y sigue haciendo de los
recursos nacionales, y evidentemente en los niveles insuperables de la
corrupción en todas las estructuras del sistema. Componer eso trastocó lo de
siempre, pero más agudizado: el gravamen en mayor porcentaje en el salario de
la clase trabajadora.
El ejercicio
político-económico ha sido brutal. En términos financieros ahora ganamos menos
que el año pasado. Hoy por trabajar más, recibimos menos, es decir, si aumento
mi capacidad laboral académica, gano menos, porque el gravamen se multiplica
¡Increíble!.
Bajo
los presupuestos reformistas de Peña Nieto, las Cámaras de Diputados y
Senadores, creyéndose poseedores del poder de los “elegidos”, llevaron a cabo los cambios a la Constitución Política
y lo lograron, o por lo menos acendraron la crisis en que ahora nos tiene a
muchos universitarios, con la piel erizada del coraje, más aún cuando
entendemos que tales reformas estructurales de ninguna manera son la garantía
de transformación del país.
¡Qué
incongruencia ver a los partidos luchar por lo superficial de la política y no
por las razones sustanciales que le hacen válida frente a lo verdaderamente
importante para la ciudadanía! ¿Dónde quedó señalado el hartazgo histórico? No
es apretando el salario de la clase trabajadora como se sanarán las finanzas,
cuya mayor vergüenza recae en un gobierno que entreteje mecanismos para
desollar a su gente.
Y
nuestras preguntas inmediatas son: ¿Por qué los diputados y senadores aprobaron
estas leyes que ahora mismo ahogan la vida laboral? ¿Fuimos nosotros los
universitarios, los que parimos intelectualmente a esta clase política que
frota con salvajismo la espalda de quien lo llevó ahí? ¿Fuimos nosotros los que
votamos por ellos? ¿Por qué los líderes o partidos políticos se enfrascan en
luchas imberbes y se visten de héroes con bajar el impuesto vehicular y no con
lo que es sustancial, como nuestro salario o la educación? ¿Por qué nos visten
de legalidad lo que es indigno?
Es
verdad que por lo errado de las acciones ahora mismo nos colocan en ciudadanos
que pagamos la ineficacia de un modelo y sus actores políticos que por falta de
análisis y consenso engendran leyes que de ninguna manera fortalecen la
economía y el desarrollo social; no es mermando los ingresos de los
trabajadores con altos impuestos como allanan el camino de la crisis de un
país, pero si agudizan los males sociales, espacio donde se encuentran en un
territorio común el desempleo, la inseguridad, la marginación, y lo más dañino
de una sociedad que encara la peor de sus dolencia: el desencanto y la violencia.
Señores
Políticos:
No
se es una clase política porque se alce la mano en un acto, sin tener el
raciocinio y moral por delante, como ustedes muchas veces lo hacen; alguna vez
dije que “el intelectual apunta también a
la conciencia crítica de lo que podemos entender la relación entre la
inteligencia y el Estado, en eso que justamente la conciencia da: la libertad;
en el valor más profundo. La libertad de no tener el dominio de nadie, porque
no se debe nada a nadie, más que a la razón humana de convivir éticamente con
los otros y para el bienestar común”.
Señores
académicos:
Tampoco
se es intelectual por leer más libros y pasar horas en un cubículo de
investigación; ser un ente pensante en la universidad implica ser “una figura pública cuya voz debe ser respetada
y escuchada en todos los sectores de la sociedad, incluyendo a las élites, y
cuya libertad de pensamientos se dinamiza en el discernimiento de la razón y
calidad humana, para marcar los trazos a seguir en la vida pública de cualquier
Estado. Es la congruencia del pensamiento con el actuar”. Por eso me sumo a
todos esos que han alzado la voz para manifestar sus pensamientos.
Dice
el propio Weber, que en lo político se infiere, parcialidad, lucha y pasión,
triada que bien entendida conlleva inteligencia, justicia y ética. Desde ahí es
que personalmente callo al silencio y libero lo que me indigna y nos indigna a
muchos universitarios; y expreso así mi encono contra esos que se apoderan
indebidamente de la legitimidad con la que los vestimos y golpean en la
trastienda de lo inmoral.
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