Abril 20

Posted on 6:39 by Hugo Triano Gomez | 0 comentarios


Iván Triano Gómez



El 20 de abril de 1889, nació en Braunau am Inn, provincia del entonces imperio austro húngaro, quien para la generalidad representa al mismo mal, al “ángel caído”, el “último hijo de Caín”: Adolfo Hitler.


Resulta curioso que mientras se combate abierta y públicamente todo tipo de dogma (especialmente los postulados católicos); desde la caída del tercer Reich hasta hoy, contrariamente se construye y acrecenta el dogma deshumanizador de la figura del hombre conocido en este mundo como Adolfo Hitler.


Gracias a ello es fácil creer en nuestra actual sociedad, educada mediáticamente, que el hombre de referencia era capaz de devorar niños hebreos, de sodomizar a los bellos varones germánicos, de practicar cultos satánicos, de viajar en escoba a través de Europa, mientras planeaba la dominación del primitivo mundo de los treintas, e incluso, de no merecer ser nombrado.


Irónicamente, a Atila el Huno, conocido en su época como el “Azote de Dios” por sus excesos y actos bárbaros al conquistar y avasallar a los pueblos antiguos de Asia y Europa, se le reconocen matices que humanizan su personalidad y acción político militar, algo impensable para el líder Nacional Alemán.


Lo que es imposible creer por la generalidad, es que como actor político fue congruente con su discurso nacionalista, tanto que sin dudas fue un extremista en la extensión de la palabra. No concibió en efecto, una Alemania Grande en la que cupieran elementos raciales diversos.


Ello, no es ni pecado ni delito.


La postura política del líder Alemán se hallaba justificada por su entorno temporal, por la época que le tocó vivir, la del desmantelamiento de los imperios nacionalistas europeos.

Ante tal situación y no obstante que el tratado de Versalles que puso fin al primer conflicto mundial, produjo entre otras cosas que Alemania perdiera sus colonias de ultramar (concentradas mayoritariamente en el continente africano) el líder Alemán movió a su pueblo para ponerlo nuevamente de pie; lo incentivó a ello.


Los enemigos de Alemania -enemigos reales y no ficticios- observaban con gratitud la disminución territorial; sin embargo, no sucedió lo mismo al advertir la voluntad del pueblo Alemán de ponerse en pie, después su primera caída, en busca de su espacio vital.


Cierto es que liderados por Adolfo Hitler, el pueblo Alemán de su época volvió a tener esperanzas en el futuro a través de la promesa del territorio Soviético, el este europeo se convertiría en el “western” americano, en la tierra de la libertad y la que prometía mayor grandeza a las generaciones futuras germánicas.


De ahí que las potencias occidentales en nada podían sentirse agraviadas, ni verse afectadas al menos en política formal.


El territorio Soviético, gobernado por los comunistas, constituyó la razón de lucha nacionalista señalada por el líder Alemán, que tenía claro que de no asestar el primer golpe en contra del imperio marxista, sin duda alguna (y así lo demuestra la historia), habría de ser embestido por la furia roja de oriente, a como finalmente sucedió.


Más allá de las decisiones políticas militares, de las que se han escrito muchas mentiras y pocas verdades; lo cierto es que Adolfo Hitler como actor político se caracterizó por ser un revolucionario nacionalista, extraordinario orador y sagaz líder, peculiaridades reconocidas incluso por sus detractores que no son pocos.


Por ello mismo, es imposible creer en las calumnias que pesan sobre su persona en torno a lo que se conoce como Holocausto, que no es más que el presunto sacrificio sistemático de seis millones de seres. (la misma cifra resulta inconcebible)


Cualquier individuo con una inteligencia mediana, sabe y puede comprender que la magnitud de la afirmación resulta descabellada. Al pensar como asesino serial (si ello es factible) se comprende de inmediato la imposibilidad de cometer un ilícito sobre seis millones de seres humanos, sin dejar rastro.


Luego, una mente brillante como la del líder Alemán, por simple sentido común, y dada su capacidad de mando militar y político, no pudo concebir como política adecuada el exterminio de tal cantidad de seres humanos. Resulta un absurdo pues, acabar con la vida de seis millones de seres sin dejar rastro en el mundo europeo de la década de los treintas. Cifras serias afirman que seis millones de hebreos, eran los que existían en toda Europa antes del conflicto del 39-45, época en la que existió la ideología nacional socialista en Alemania.


Así caben las interrogantes. Si se eliminaron a seis millones de hebreos, ¿Quienes son entonces los hebreos que asesinan hoy deliberadamente a niños y mujeres palestinas? ¿Quiénes son los hebreos que en 1948 fundaron el Estado de Israel, a través del despojo de las tierras palestinas árabes?


Si un error es dable reprochar al líder Alemán, es haber sido “excesivamente franco” al exponer desde una década antes de su ascenso al poder -en 1923- su plan político ideológico en la obra conocida como Mi lucha, cuya publicación y conocimiento en la Alemania de entonces, fue de dominio popular.


En la Alemania nacionalsocialista ciertamente existió persecución política y social respecto de los hebreos, pero de ninguna forma el plan de exterminio sistemático de una raza.


Sólo creyendo los disparates creados en torno a la figura del hombre que fue Adolfo Hitler es posible creerlo. El grandioso actor político que fue, y desde luego sus hechos, no permiten aceptar que haya conocido y echado a andar tal empresa, pues simplemente los beneficios políticos de ello eran nulos y los costos bastantes y gravosos.


El líder Alemán además de excelente autodidacta militar, gozó de una intuición política magna; ello le permitió que siempre se proyectara hacia el futuro, que previera lo que nadie (sin duda la esencia fundamental de todo revolucionario). Más de un autor serio prescribe sus comentarios en relación al futuro del gobierno nacional socialista Alemán, para después de concluida la guerra.Tal síntoma evidencia su espíritu creador, de ninguna forma destructor.


La guerra hitleriana no es la misma, que concibieron los amos del mundo actual. La guerra que Hitler quiso, fue corta, temporal y de alcances regionales, se limitó a la ofensiva Barba Roja; lo demás, sólo implicó la acción entorpecedora del triunfo de aquélla por parte de los enemigos del Nacional Socialismo.


Los amos del dinero internacional del mundo hitleriano, fueron quienes convirtieron el conflicto europeo de 1939, en uno internacional. Alemania nacional no quiso nunca, ni pudo iniciar una epopeya de las dimensiones en que degeneró lo que se conoce hoy como segunda guerra mundial.


No pudo hacerlo pues la tecnología Alemana, aunque avanzada para su época era aún primitiva, no contaba además con los recursos naturales ni humanos para ello. Alemania se limitaba territorialmente a su tradicional ámbito europeo; por el contrario, sus enemigos contaban con territorios propios y el de sus colonias que implicaban desde luego mayores materias primas y mayúsculos recursos humanos (más combatientes).


Al final de la guerra más de 90 naciones habían declarado la guerra y combatían en bloque, a la Alemania Nacional Socialista que ya para entonces, resistía sola pero honrosa y heroicamente.


David Irving historiador británico no oficial (lo que le ha ganado el mote de negacionista del holocausto), afirma en su: “La guerra de Hitler”, que el líder Alemán, nunca tuvo conocimiento del holocausto.


Por honrar a la verdad es fácil deducir que una ideología como la nacionalsocialista que señaló como responsables de los males a un grupo racial determinado, sin dudas debió producir excesos a nivel de militancia; pero tales excesos, distan mucho de ser política formal del Estado Alemán nacional Socialista; es decir, el hecho de que grupos específicos de militantes nacionalsocialistas hayan cometido excesos en contra de la población hebrea, no constituye un exterminio sistemático promovido por el gobierno.


El hecho que el actor político que fue Adolfo Hitler, haya puesto de pie nuevamente a su pueblo con recetas ajenas a la usura internacional y al sistema monetario internacional, basado exclusivamente en el trabajo productivo y en el no endeudamiento, en tan sólo cinco años (en promedio), evidencia que todo el lodo que se le atribuye sólo persigue el propósito de desmeritar su acción política. Ello se explica por los intereses que combatió y atacó a través de la palabra hablada y de la acción, que no es más que energía en movimiento.


Hitler cumplió así con el deber primero, de todo verdadero líder nacional o de quien presume ser un jefe de estado: “garantizar la seguridad de su país y el destino de sus ciudadanos”.


Envidiable en verdad, es que el pueblo Alemán cuente en su historia con un líder de tal magnitud. Los gobernantes mediocres, sin metas, sin ideales nacionales y objetivos honrosos, sólo pueden desmeritar, prejuzgar y renegar de los hechos. Hechos que jamás podrán ser borrados de la conciencia de la humanidad, a lo sumo ocultados o deformados, pero de ninguna forma –decíamos- destruidos. Y es que, no hay que olvidar que la verdad tarde o temprano emerge.


En el contexto de la cacareada Cumbre para la Reducción de Armas Nucleares, el deber de un verídico jefe de estado, fue recordado por el mandatario francés Nicolás Sarkozi, quien ante las presiones de aquélla, aseguró que no renunciará a las armas nucleares hasta que el mundo sea un lugar seguro. Que alguien diga la fecha, en que ello sucederá.


El mundo de Adolfo Hitler no fue seguro, sin embargó pretendió, buscó y luchó por hacer que el de las futuras generaciones germanas lo fuera; en ello perdió la vida por mano propia, pero antes, a ello dedicó su acción política.


En conmemoración del CXXI aniversario del natalicio del mayor líder político militar del siglo XX, estas líneas van a su memoria, en donde sea que se encuentre.


¡Heil Hitler! Religión, Independencia y Unión.

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