El principio del fin
Hugo Triano Gómez.
Marzo, el mes que se fue, representa un parte
aguas en la historia del país, uno que ha servido para menos de lo que se
suponía, de lo que se pensaba, de lo que se deseaba.
Y es que desde antes, unos años después del origen de la Nación
Mexicana -en un Marzo de 1829- se aceleró “realmente” el desmembramiento de su
Unidad, de sus cimientos, pérdida que nos ha llevado a la sumisión y a perdernos sin remedio
entre la “mundialización”, situación penosa cuando las posibilidades de un éxito
independiente,
eran verdaderas, reales.
En aquel Marzo descrito comenzó la expulsión “en serio” de los forjadores del
nuevo mundo de “nuestro suelo”, hecho escudado en el falso nacionalismo que desde
entonces nos ha acompañado. No importó que para la fundación de la
Mexicaneidad, los Españoles hayan jugado parte trascendentalmente actuante.
Poco importó la enseñanza terrenal heredada, no se diga la
espiritual que fue causa y objeto del desmembramiento. El caso era borrar todo
vestigio “Europizante” alegaban –desde luego que solo en la forma- aunque más
rápido hubiéramos adoptado tendencias y creencias no solo contrarias a las
conocidas durantes 3 centurias, si no incongruentes con las que supuestamente
se combatían. Es decir, se aniquiló la monarquía haciéndonos creer sin sustento que se trata
del peor régimen, pero no para fundar uno nuevo acorde a lo “avanzado” de entonces de nuestra
sociedad.
Solo se copió y si se quiere, se adaptó la teoría y la práctica de la República que hoy nos regala la Democracia de Partidos; en contraparte se extinguió la Unidad moral y religiosa de la Corona Española a cambio y en nombre de la “libertad”, que con el paso de los años ha hecho al país perder la identidad y el nacionalismo –la verdadera libertad- para en cambio adoptar otras posturas que haciéndonos diferir, solo generan pérdidas de tiempo, encono y la desubicación de los asuntos verdaderamente importantes.
Solo se copió y si se quiere, se adaptó la teoría y la práctica de la República que hoy nos regala la Democracia de Partidos; en contraparte se extinguió la Unidad moral y religiosa de la Corona Española a cambio y en nombre de la “libertad”, que con el paso de los años ha hecho al país perder la identidad y el nacionalismo –la verdadera libertad- para en cambio adoptar otras posturas que haciéndonos diferir, solo generan pérdidas de tiempo, encono y la desubicación de los asuntos verdaderamente importantes.
Es indispensable decir, tomando en cuenta palabras de la
actualidad, que la transición de la Monarquía a la República en México fue
errada por el corto tiempo en el que se dio, por la manera que se impuso,
pasando por encima de procesos considerados normales hasta llegar hasta este
último estadio, que aquí ha dado muestras de su ineficacia, su impopularidad y
antipatía.
No es cierto pues que la herencia Española haya dado al traste
con las posibilidades de éxito de México, sobran ejemplos “verdaderamente
históricos”
para afirmarlo. Basta decir que en la historia oficial “la de medias
tintas”,
la impuesta por los vencedores de aquellos lejanos años y hasta la de los
revolucionarios o los del cambio, se documentan los tiempos de la debacle
Nacional.
Buscando con vergüenza y con amor a la patria perdida, la
verdad puede verse a gran distancia, aunque es cierto con gran dificultad.
El principio del fin no fue Iturbide, ni la influencia natural
Española de las primeras décadas de independencia, sí la intromisión de intereses mundiales
añejos que veían en la desaparición de dicha predominancia y en el
debilitamiento de la unidad nuestra, una posibilidad para ellos.
El principio del fin ocurrió por que fue apoyado por algunos de
“nuestros hombres”
que no están -como debieran- en el basurero de la historia, justamente
por lo planteado líneas arriba.
Desafortunado es entonces recordar aquel Marzo de hace 181
años, pero más vernos perdidos en aras de intentar seguir el camino de los
“padres” del norte que a diferencia y para desgracia nuestra, no aniquilaron ni
exiliaron a sus fundadores, y en cambio esparcieron y esparcen aún su teología
hasta donde en apariencia, pudiera resultar imposible.
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