Abril 30

Posted on 6:18 by Hugo Triano Gomez | 1 comentarios

Hugo Triano Gómez.   


Cuando se es adulto, uno suele ver con añoranza el pasado. Por deducción,quien recuerda su niñez, suele privilegiar las bondades que gozó. El que dice o busca olvidarla, probablemente formará parte de los casos no gratos que abundan en las sociedades.
Con sinceridad pues,la niñez es el mejor estadio en la vida del hombre. 
Ubicada en el tiempo cuando la conciencia empieza a ser partícipe del ser, ésta es capaz de hacer que “todo” sea nuevo, bello, sorprendente, interesante, emocionante.
Lo mejor de esta vehemente etapa inicial en el mundo, es estar ávido de conocimientos, de experiencias, de crecer, de vivir.
Ser niño es no tener conciencia de la falsa sociedad, es ser natural, libre dentro de la “prisión” familiar; es ser auténtico, aventurado, valiente, sincero. Ser niño, es tener alternativas ilimitadas, es pureza, una esponja a punto de encontrarse con un torrente de agua; en síntesis, casi una virtud.
Pero también es un riesgo que vale la pena correr, un arma de doble filo que se desearía y debería siempre encauzar correctamente; una cámara de video que inobjetablemente filmará y empleará todo –lo bueno y lo malo- que ocurra a su alrededor.
Tesoro real no aquilatado por todos suele ser además la niñez; significa no solo la continuación de una historia para forjar después la propia, sino la oportunidad de en verdad, comenzar a cambiar las cosas que a los “grandes” les desagradan, las que siempre juran no querer, ni buscar heredar a las nuevas generaciones.
A estas alturas, alguien podría estar pensando en la “gran” responsabilidad que supondría ser niño, en detrimento de la idea de la felicidad. No obstante, una (la responsabilidad) no está o no debería estar peleada con la otra (la felicidad).
Después de todo, el niño responsable de hoy podría ser el hombre responsable del mañana. El niño estudiado de hoy tendría más posibilidades de ser el hombre exitoso del futuro. Y es que el niño -no hay que olvidar- se mantiene en un constante periodo de aprendizaje que solo se le recrudecerá cuando adolezca, una etapa después.
Por supuesto que no se pretende endilgar “todas” las culpas de los males sociales, políticos, económicos y cualquier otro que venga a la memoria, a la inadecuada formación de “pequeños” por parte de los “hombres grandes”; sí dejar en claro que en gran medida su éxito o fracaso dependerá de su cuna y su entorno, de los seguimientos, de los cuidados, de las enseñanzas y posibilidades que allí se le brinden.
Paradójicamente los niños en México hoy serán celebrados con poca educación y mucha fiesta, con alegrías pasajeras que les harán seguir creyendo que la vida es “algo material” por sobre todas las cosas; se les celebrará casi seguramente, abriéndole de nuevo las puertas de su mente a las tendencias extranjeras, a lo “nuevo”, quizás a los malos ejemplos, cerrándole el paso a la medianía, a la convivencia real, a la charla, incluso a la explicación y a la búsqueda de la conciencia mínima de la importancia de ser niños.
¿Cómo puede entonces confiarse en que nuestras generaciones futuras -hoy en la niñez- serán mejores que la nuestra, que ya sería decir bastante? ¿Puede acaso una sociedad perdida garantizar el éxito de su niñez con las estructuras actuales? El dilema es grande.
La ligereza con la que se aprecian las cosas del saber y el ser en nuestros niños, sin dudas tarde que temprano cobrará su factura, y ¡sí! por desagradable que parezca, ni los preparados se exentarán de sus efectos.
Demasiado tarde será querer comenzar a corregir estructuras mentales, avocándose ya a los pubertos. Nada surtirá efectos reales si desde ahora no se toman medidas ejemplares en el terreno de la educación, la ética, el civismo, la cultura y lo legal en beneficio de la siempre llamada “generación del futuro”. Es más, la omisión nos llevará de nuevo e irremediablemente a padecer y enfrentar otra generación perdida.
Buen regalo para los niños sería extinguir de una vez, la posibilidad de que las parejas del mismo sexo puedan adoptar alguno en aras de “consumar” su felicidad.
Al final -no hay que olvidar- guiar a un niño y procurar su bienestar no solo es una responsabilidad. Es una oportunidad, un privilegio. Uno que enaltece el espíritu y que también agrada a Dios.



1 comentarios:

IvanTriano dijo...

MAGNIFICO ARTÍCULO MANITO... PERO MÁS LINDA LA MODELO QUE ELIGISTE.SALUDOS

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