Escenas de liviandad política
Aún cuando cualquiera pudo vaticinar el rumbo de las pasadas elecciones en el país, no deja de ser sorpresiva la derrota del Partido Revolucionario Institucional en dos entidades federativas de alto raigambre priísta como Puebla y Oaxaca, estados que históricamente se constituyeron en fuerzas y bastiones del partido que durante más de 80 años había tenido sus quereres y poderes en esos terrenos.
Ya se sabía de antemano el dispendio y la destinación de recursos que los gobiernos de Mario Marín y Ulises Ruíz habían dado a sus candidatos y que durante estas elecciones pusieron en evidencia, lo que indudablemente los ciudadanos enjuiciaron en las urnas. Sin embargo la cosa no paró ahí, también los gobiernos del PRD y PAN vieron concretados sus temores cuando los porcentajes de votos no les favorecieron.
Frente a tales asuntos pareciera que el veredicto habla, más que de la presencias, de las ausencias que expone la política mexicana. Esto es, que lo importante en el caso es reflexionar en relación no sólo a la forma en que se manifestó el voto, sino en las implicaciones que llevan consigo los resultados obtenidos; es decir, lo más significativo para el caso no es analizar lo explícito sino las situaciones que no tienen del todo claridad y que se reflejan en los niveles de abstencionismo.
Los recatos y decoros partidistas fueron soslayados por las trampas, mentiras y deshonestidades de quienes le apostaron a las viejas reminiscencias del hacer político, lo que dio como resultado que muchos ciudadanos no hayan podido manifestarse en forma abierta y directa en las urnas, determinando con ello acciones que resquebrajan el ya de por si cuarteado sistema político mexicano. Como establecía Carlos Monsiváis, las escenas de liviandad política quedaron al descubierto para mostrarnos al México que no queremos.
Parece que los temores de los electores se hacen explícitos en el bajo porcentaje de ciudadanos que acudieron a dar su voto en doce estados donde se elegían gobernadores y diputados. La tarea ciudadana puso en claro el amedrentamiento de las convicciones que asustan las posturas de civilidad que caracterizan las sociedades democráticas. Con estas elecciones se hace patente que mientras los electores disminuyen, los recursos partidistas aumentan y que la capacidad de convencimiento político se complejiza frente a un ciudadano incrédulo que no está siendo capaz de dejar sus miedos lo que inminentemente permea sus decisiones.
Lo que también dibujan estas elecciones son los asuntos que buscan tejer el horizonte político de un país que no sale de una y ya está definiendo sobre los mismos rumbos; los futuros candidatos presidenciales se acicalan ya en los resultados que se miran como posibilidades o limitaciones, aspirantes que ambicionan llegar sin considerar justamente los temores ciudadanos, esos que han hecho posible que no se acuda a votar.
No se trata sólo de que Mario Marín o Ulises Ruíz hicieran que sus candidatos perdieran, a ello se suman los muchos gobiernos que le han apostado a la inseguridad del país, al deterioro de una vida digna, al desempleo, a la oferta educativa de poca calidad para los jóvenes, a las injusticias, a la guarida del narcotráfico y la eterna corrupción; con muy poco de eso han hecho posible que en cada momento se pierdan electores.
Qué pena pues que los asuntos relevantes de un país y sus entidades queden marcados y pauperizados en las determinaciones políticas que se asuntan ya con la podredumbre de un sistema que huele a viejo.
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