Reforma política II. (La reelección de la plutocracia)
Hugo Triano Gómez.
Aunque no es verdaderamente un mérito, la Cámara de Diputados Federal actuó con tino al endilgarle un revés a la idea de establecer la reelección directa de legisladores, alcaldes y sus figuras equivalentes en México.
Haberlo aprobado hubiera asestado otro golpe a la de por sí debilitada creencia social en el régimen “democrático”; paradójicamente habría significado una nueva imposición.
Ya se ha dicho antes que el proyecto de la reforma política del 2010-2011 buscaba por lo menos en la forma, perfilar, orientar el sistema hacia uno de mayor participación considerando que la actual “representatividad” a muy pocos representa y deja satisfechos.
Es cierto que el tema –el de la reelección- sigue siendo un tabú para los mexicanos, aunque también que hay mucho mito a su alrededor. Al final del camino los que no se ven son elementos tangibles, de peso, para pensar en establecer el mecanismo como uno tendiente a premiar actuaciones de gobierno.
La “especie” de la profesionalización del parlamento y sus integrantes cae por su propio peso cuando se observa a gente de reconocida preparación académica-curricular priorizando la diatriba, disfrutando los excesos de las mieles del poder por encima de la atención de los asuntos serios. En otros términos, “convirtiéndose” en lo que seguramente no pretendían cuando inauguraron una carrera política.
Se cae también cuando se revisan los entornos de los que ocupan los cargos, los cargos donde deberían tomarse decisiones sabias pensando en afectar lo menos posible el devenir de una comunidad. Sin buscar mucho se encontrará un pago de cuota a discreción del sistema de partidos a sus gremios afiliados, basado en el actuar incondicional de un ungido hacia algún sector poderoso, como principal virtud. Sin tener una auténtica vocación y por ende los conocimientos, obedeciendo a intereses trazados exclusivos, la política pública y lo “maravillosa” que pueda ser pasa a un segundo término.
Sin corregir entonces un mal de forma y fondo como éste no puede pasarse a otra etapa. Sería tanto como aceptar el desorden actual de las cosas y poner a disposición del electorado –que no siempre tiene la razón- la posibilidad de perpetuarlo.
Reducir el número de curules y escaños en el caso del Congreso de la Unión para obligar a emplear un filtro a la hora de designar a quienes buscarían ocupar dichos cargos, era una buena alternativa pensando también en dar resultados … por eso naufragó.
El pago de cuotas del que ya se hablaba, posiblemente ubique en cargos de dirección a los “más populares” que no a los más capaces; a los que presumen saber “gestionar” pero no son capaces de encauzar y resolver un conflicto, un asunto; a los que han hecho del corporativismo y la “unidad a fuerzas” su modo de vida. En ningún caso amerita mantenerlos vigentes a través de la reelección.
En un contrasentido el legislador debería apostar por reducir al mínimo los recesos y por ampliar al límite los periodos ordinarios de sesiones para desahogar los múltiples asuntos pendientes de la llamada agenda nacional. En paralelo a “recortar” el número de legisladores deberían reducirse las dietas, extinguirse las canonjías, los “beneficios” vip y sobre todo dar resultados…
Lo contrario resultará de nuevo ocioso, fuera de lugar, antiético, alejado de un sentir social genuino. Una decisión de la plutocracia escudada por enésima ocasión en un “insalubre baño de pueblo”.
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