Tikal: Narraciones de la mirada.
Flor de Líz Pérez Morales.
Todo se
pinta como una aventura que se dibuja en el tránsito de una frontera que ahora
mismo no se distingue de lo diferente, más bien parece todo igual; la tierra es
igual, el contraste es solo un nombre que coloca la línea divisoria. Migración,
frontera, el otro lado, los de allá, cualquiera que sea el nombre llega a lo
mismo, la tierra que colinda con este terruño mexicano: Guatemala.
El agua escurre
bajo un cielo de nubarrones, no para, escucho la voz que dice “nuestras
maletas seguro se están mojando”, pienso en la mía, mi mochila casi vacía
está en mis piernas, segura, nada de cuidado. El territorio es verde, con
algunos relieves, la carretera nos acerca en tiempo de tres horas y media, o
tal vez cuatro, a Las Flores, en el Departamento del Petén. El arribo es
ajetreado, cierto, dos de las maletas escurren agua por todos lados. Veo en el
rostro de sus dueños el desánimo.
La llegada
coincide con el receso, ha pasado la inauguración del evento académico: El
Segundo Simposium Internacional de Investigación Científica Multidisciplinaria,
realizado en el Centro Universitario del Petén, Guatemala. Ahí está presente la
Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. La ruta sigue, la distribución en
los hoteles. Se suman cuatro voces, seis, ocho, “no respetaron nuestra
reservación”. Yo espero la mía con ansias. Si está, tengo donde dormir por
dos noches.
Un baño
arregla el ánimo y una ensalada alimenta el cuerpo. El chuc-chuc me divierte,
algo igual a un pochimóvil de mi tierra. Por cinco quetzales llego al hotel
sede. Todo en orden, café y pastel hacen cálida la presentación de trabajos.
Muchas horas dedicadas por los organizadores para que todo salga bien. De ahí
la noche para entender el mural de música y folklore regalado por los
guatemaltecos a sus visitantes. El convivio termina. Para el día siguiente
Tikal será una prioridad.
Una
madrugada, un desayuno continental y otro chuc-chuc abren la puerta
para Tikal. Pocas horas robadas al tiempo porque hay que asistir por la tarde
al evento, hay que hablar de periodismo tabasqueño y migración en
la frontera Sur.
¡Por Dios!
Tikal abruma la mirada, se llena en el espectáculo de una arqueología que se
resguarda en la selva. El silencio es el ruido, el ruido en realidad son las
voces de animales que vagan en los árboles, los árboles son el cielo, el cielo
es la altura, la altura es Tikal. “Llénate de energía en las alturas” me
dice la voz del guía al oído. Hago caso y subo los peldaños de la escalera de
madera para empinarme en el punto más alto de la pirámide que toca el cielo. Es
verdad, mi respiración toca el cielo. Abajo es la tierra, lo humano, los
templos, las pirámides, los turistas, arriba todo es el silencio nuevamente.
Es ahí
donde están cobijados los recuerdos, la memoria que escarba en la historia, en
las emociones, en el llanto y la sonrisa. Estoy destilando el llanto que dio el
silencio. Es la ausencia, es la mirada que se pierde en el horizonte y se funde
en las piedras y árboles de Tikal. Ahí se queda todo resguardado, para
eso es historia.
Una comida
rápida, un baño acelerado y un nuevo viaje en chuc- chuc. Todo listo. Pasan las
horas, los temas de educación, aprendizaje, evaluación. Nuevamente café y
pastel. Estoy lista, voy en camino a la discusión. En esencia: cómo miran los
diarios tabasqueños el problema de la migración de la frontera Sur.
Percepciones que se traducen en los nudos del problema: Identidad, territorio y
conflicto. Me preguntan, respondo, comentan, comento. Todo acaba en la
noche con una conversación, una cerveza y el cansancio. A la madrugada
siguiente, seis de la mañana, será otra vez un cruce de territorios, con
paisajes semejantes y nuevamente las miradas distantes… Otra vez el silencio de
este lado.