El fondo de la olla. El caso CAN.
Hugo Triano Gómez.
No se
trata de minimizar nada. Sí de observar lo que quedó en el fondo de la olla,
tras el desafortunado incidente en el que se involucró el presunto ganador del
premio de la juventud en Tabasco -y que ahora se afirma que no es así- Fernando
Can Izquierdo.
Es cierto
que el asunto posee por sí mismo su dosis de escándalo y de episodio "digno"
del escarnio público en cuanto a que esa no es la actitud que se espera de
alguien asumido como "ejemplo" de la sociedad. Empero, no
puede olvidarse que es la misma sociedad que lo condena, la que ha impulsado a
éste y a los demás jóvenes a hacer del abuso del alcohol, del uso de la
prepotencia y todo lo que se le pueda anexar como calificativo a su conducta,
algo "normal" dentro de la vida social.
Claro que
no será sencillo aceptarlo. Hacerlo sería reconocer el yerro de los mayores que
ni han podido pregonar con el ejemplo, ni informar y formar de manera eficiente
a sus descendientes, sobre los riesgos del alcohol.
¿Acaso no
es esta misma sociedad tabasqueña implacable, la que llevó hace unos años a
posicionar al Estado en el primer lugar de consumidores de cerveza, tan "celebrado"
en su momento por el gobernador Manuel Andrade? ¿Acaso no fue esta sociedad
la que en tiempos del Madracismo consintió -sin chistar- la ampliación del
número de licenciatarios expendedores de alcohol? ¿No es la misma que hasta se
alegró cuando en el sexenio anterior, se permitió a las tiendas de conveniencia
vender 24 horas la “gracia“ del dios
Baco?
La doble
moral, de nuevo, no ayuda más que a hacer leña del árbol caído.
Curiosamente
también el asunto se da cuando pocos, en aras de sentirse parte de la
modernidad, se atreven a oponerse abiertamente a la legalización de las drogas,
específicamente la marihuana. Prefieren navegar -y llevar a los suyos- hacia un
mundo desconocido, peligroso, bajo la idea de que las sociedades evolucionan
dando según ellos soluciones prontas y duraderas a problemas enraizados y
complejos, olvidando que las citadas soluciones pueden encontrarse en lo
fundamental. Ignorando que un error cometido debe servir para evitar unos
nuevos, no para hundirse más… en el lodo.
Ahora que,
el caso de Fernando Can debe estar extinguido ya, tras el dicho de la directora
del INJUTAB, Johana Sánchez, que descartó que el aludido vaya a
representar al estado en el concurso nacional de oratoria y que si aspira al
premio anual que otorgan, prácticamente estará descalificado. Para el
anecdotario quedará sin embargo la inexperiencia acusada por la funcionaria,
que en vez de ofrecer “solidaridad
institucional“ elevó al rango de "innombrable" a un joven
que obviamente requiere ayuda.
El que aún
tiene cosas que sortear es Víctor Can Izquierdo, hermano mayor del joven, que
dado su carácter de funcionario de la secretaría de finanzas debe ser en la
lógica de una investigación seria, el presunto responsable de la fuga de un
vehículo de la dependencia, involucrado además según las versiones, en un
incidente vial. Caso del que por cierto poco se sabe con exactitud.
¿Porqué es
tan relajado el resguardo de las unidades motrices en una dependencia estatal? ¿Fue
en efecto un caso aislado, producto de una imprudencia, o no hay el necesario
control para estas cosas en la estructura del llamado gobierno del cambio? ¿Se
mantiene como práctica común el empleo de unidades costeadas con el erario para
beneficios particulares? Son interrogantes mínimas que forman un ABC que
la Secretaría de Víctor Lamoyi deberá contestar a la brevedad.
-->
Desde el
inicio se dijo que no se trata aquí de minimizar algo grave desde la
perspectiva del ejercicio público. Se trata simplemente y pese a todo, de no
olvidar que cada vez que se ve caer a un joven, la que cae es la sociedad, la
misma en la que se forjó y de la que alimentó su ser. Que cada vez que un joven
fracasa, la que fracasa es la sociedad y que al final del camino, es ésta
la que dejará de contar con una "esperanza más" para abandonar
la mediocridad en la que los mayores… la hemos …sumergido.
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