Las venas abiertas del sindicalismo...tabasqueño.
Flor de Líz Pérez Morales.
Ahora que vemos las molestias, el hartazgo y los sinsabores
ocasionados por los líderes sindicales de las asociaciones magisteriales de
Tabasco, la evidencia se convierte en prueba irrefutable de las sinrazones que
gobiernan al sector educativo en el nivel básico. Frente a lo visto, con el
paro de labores en las escuelas de la entidad, la razón confirma que la tarea
de educar no es
un acto que pueda darse en la esfera de las ilegalidades, inmoralidades e
incivilidades.
Por años hemos vivido en un escenario donde la formación de los
infantes ha pervivido en el encanto de la desfachatez, del cinismo y de las canonjías
que ahora mismo revientan de la peor forma y desnudan no sólo a un sistema
político social empobrecido, sino las dinámicas de
estrechez intelectual al que se ha sometido a los educandos. Esto no
descubre nada, si miramos que las dos entidades donde no se iniciaron clases,
Oaxaca y Tabasco, son las dos que ocupan los peores lugares de conocimiento en
el país. Sin embargo, lo malo del caso no son los lugares que nos distinguen,
sino los actos que envilecen el ejercicio de la educación.
Un mal entendido sindicalismo
mexicano y tabasqueño que ahora mismo se “ennoblece”
argumentando el mantenimiento de la dignidad de sus agremiados, cuando la
historia nos dicta lo indigno que han sido los líderes con sus colegiados y con
el sector más importante en el proceso: los aprendices. Ahora se apela a las
carencias de salud, a las pensiones, a la infraestructura y se lleva por
delante a la calidad educativa. No son los principios de bienestar lo que se
cuestiona, sino la perorata que se utiliza para sostener lo insostenible, la
falacia del discurso, las mentiras que dan como verdaderas. Que la educación en
la entidad no tiene ni calidad, ni el compromiso social, este último como un
rasgo axiológico que le debe de distinguir.
El problema de fondo no está en una lista de peticiones que harían
loable una mejor práctica educativa, sino lo que se lleva a la mesa de
negociación que no se dice en lo manifiesto del discurso, pero que sabemos que
se colocan como armamentos que secuestran la práctica, quitándole no sólo su idealismo,
sino su cabal trascendencia en el desarrollo de todas la sociedades. Tal vez
esto suene a utopía. La tarea de educar no es fácil, más cuando es un ejercicio
humano que incide en la formación de los humanos. Dos actos confluyen en tal
tarea, lo cognitivo y lo sensible, raleas que hacen posible su ejecución.
Cuando ésta se coloca en las manos de quienes no la entienden así, la
convierten en el arma más letal capaz de provocar dos sismos, por un lado, la
explosión de muchos escenarios a su alrededor, pero el más grave, cuando no se
mide la razón, la implosión de su propio escenario.
En
lo prospectivo del asunto, es como la búsqueda autodestructiva de sus actores o
de sí mismos.
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