México Feliz: La desventura.
Hugo Triano Gómez.
En vísperas de la “última” celebración
patria, fue irónico enterarse que los mexicanos se consideran a sí mismos
felices. Felices pese a todos las cosas que enfrentan a diario y a no tener
-por mucho- una idea clara de hacia dónde va el país o lo que le depara el
futuro.
Claro que el optimismo debe permear siempre,
incluso en los momentos de crisis; que gracias a él algunas naciones han
logrado poner manos a la obra en la tarea de revertir su precaria situación
hasta convertirse en potencias, pero el caso de los mexicanos declarándose
felices -sin hacer mucho- suena más a algo triste, a casi casi resignación.
No hay que perder de vista para entender lo
que aquí se dice, que lo que Naciones Unidas evaluó en su reporte mundial de la felicidad no fue “el sentimiento del día” de los que aquí habitan, si
por lo menos, su condición en el último año. Que las 6 variables consideradas
en el estudio, no dejan lugar a dudas: Los Mexicanos están conformes con lo que
les pasa, con todas sus debilidades.
Que el Producto Interno Bruto pércapita sea
reportado a Agosto pasado como rezagado y por debajo de países como Chile,
Brasil, Argentina o economías en crisis como la griega o la española no
importa, los mexicanos son felices.
Que las posibilidades de llevar un vida
saludable también sean bajas en México, que sea el primer país consumidor de
bebidas endulzadas y por ende de los primeros en obesidad, que sea un martirio
enfrentar aquí la vejez ante la debilidad de su sistema de pensiones y hasta
que la amenaza de legalizar las drogas siga vigente, tampoco importa. Los Mexicanos
siguen sintiéndose y declarándose felices.
No puede negarse, en contraste, que la
libertad personal para tomar decisiones vitales es trascendente para alcanzar
el estadio. Que incluso con ella, las carencias en los rubros anteriores
pudieran quedar subsanadas. El hecho es que el Mexicano a la mitad de la
evaluación parece conformarse con "poco". Dicho de otro modo,
con el "peor es nada".
Mención especial merece el hecho que los mexicanos se asuman felices tras ser consultados sobre el fenómeno de la corrupción. ¿No les importa acaso ser víctima de ella o
ven bien abrazarla para lograr lo que se proponen, incluida la felicidad,
aunque sea parcial y material? En cualquier caso es grave. Demuestra que al
mexicano no le importa caer y caer y caer en los rankings internacionales hasta
llegar al lugar 105 en diciembre de 2012, cuando en 2009 estaba en el lugar 89,
que tampoco da pie al orgullo. Lo peor en el caso es que todo mexicano sabe que
actuar así está mal y -otra vez- no hace mucho para erradicar el patrón.
Los pelos se ponen de punta cuando hay que
pensar en la generosidad del mexicano. Ese que ama tanto a los suyos y que
tradicionalmente reduce a éstos la condición. ¿Y el prójimo qué? ¿Cuántas veces
se tiende desinteresadamente la mano a quien dice necesitar ayuda? La realidad,
la triste realidad, es que en el país del águila y la serpiente se puede ser
solidario en la tragedia, cuando algo grave sucedió. Cuando la ayuda busca
prevenir males, unificar criterios o modificar simplemente el quehacer
diario de la vida, se desconfía primero y suelen desecharse argumentos con una
pasmosa ligereza, después.
Al final solo el mexicano se engaña. Declararse feliz bajo esta
complicada circunstancia luce equivalente a no tener expectativas, a
mediocridad disfrazada, a creer que no hay nada qué hacer, peor aún, a no saber
por dónde enfrentar la tragedia. En suma, a la consumación de la tristeza, de
la tragedia que condena a México a su peor… desventura.
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