Detrás... de la bofetada.
Hugo Triano Gómez.
Tras lo exhibido en el video donde se
observa al gobernador Chiapaneco Manuel Velasco, abofeteando a uno de sus
asistentes, el militante del partido verde ecologista ha atraído como siempre
soñó, como siempre ha buscado… la atención mayúscula de los mexicanos.
Lo hace sin embargo guardando silencio, signo
inequívoco de que desde la casa de gobierno no ven como tarea fácil afrontar el
escándalo y el escarnio que ha provocado una actitud, que por otra parte, es
tan común y “normal” -no correcta- y que muchos de los que se refieren a
ella habrán “aplicado” o “sufrido” según el grado de poder que
hayan ostentado y enfrentado.
Lo grave para Velasco en el caso es que la
escena la protagoniza él. Que no hay manera de recurrir a la estupidez de
negarla como en su momento hizo el tristemente célebre “gober precioso”
de Puebla: Mario Marín.
Habría que esperar -sí- la mínima valentía de
admitir el yerro para “validar” cualquier otra alternativa, cualquier
otra razón que se quiera dar.
La bofetada no es en sí un “cachetadón”
como también se ha querido presentar, pero eso no le resta importancia, ni
tendría por qué minimizarla. Con independencia del contexto que solo las partes
conocerán, lo ocurrido leva a pensar en los abusos que nadie o solo el círculo
más cercano ve y tolera en el gobierno de Chiapas (Y todos los demás).
La actitud es pues por donde se quiera
apreciar denigrante y violenta las garantías básicas del joven víctima, que son
las de todos: La del respeto a la persona, a la igualdad “rezada” en
todo México entre pobres y ricos, entre comunes y poderosos.
Violenta además la normatividad -y la
tranquilidad- laboral de alguien que quizás se equivocó, pero no por ello
merece ser reprimido en público y de la forma en que sucedió.
Por otro lado habrá que aceptar que cual
humano el gobernador chiapaneco también puede y se equivoca seguramente todos
los días y a lo mejor más de lo que se cree. Que el arrebato y la impaciencia
no son fáciles de controlar, pero que alguien que presume tanto como él, no
puede ni debe seguir por ahí sin atender los problemas de “conducta” que
quizás algunos le vean ahora.
Velasco no es tampoco el peor hombre del mundo
por lo sucedido, pero una aparente e insignificante caída como esta, debiera
tener un impacto real en su vida pública y quizás privada. Debería llevarlo a
dejar de hacer caravana con sombrero ajeno, a dejar de sentirse lo
que no es y a madurar hasta comprender que de los errores se debe aprender, no
guardarlos para echarlos en saco roto.
Lo peor que el chiapaneco -y sus allegados-
podrían hacer es auspiciar, permitir y difundir una nueva campaña de imagen,
una que se sustente en billetazos como se piensa ya es su costumbre o
inventarse escenas aprovechándose del desconocimiento de lo que sucedió
antes…en el trayecto hasta donde se comenzó a grabar. En otras palabras seguir
tratando a los mexicanos -con todo y sus masas- como retrasados mentales. (Y
con el perdón de los que sufren la deficiencia).
¡Venturoso el celular que grabó el instante;
venturoso el momento en que su autor decidió hacerlo público! ¡Venturoso el
momento en que se arraigó el valor para publicarlo, en algunos medios
independientes del vecino estado!.
Al final, Manuel Velasco seguro “superará”
con toda su maquinaria el momento; quizás hasta su mártir vuelva a tener un
trabajo que ya hoy no tenga. Podría gozar sin problemas de una indemnización...
de una disculpa pública.
Su impensable legado sin embargo, no solo ha
sido desenmascarar al lobo de este hombre, sino a todo ese sistema que sigue
despreciando a quien ha jurado … proteger.
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