¡Viva Cristo Rey!

Posted on 10:18 by Hugo Triano Gomez | 0 comentarios





Iván Triano Gómez. 

Con el ascenso al poder de la llamada revolución institucional, en la segunda década del siglo XX, habría de iniciar uno de los atentados antidemocráticos más incongruentes contra la sociedad mexicana: La persecución y represión del catolicismo.
El movimiento social conocido como guerra cristera -en forma despectiva por cierto- constituyó el primer conflicto social desde que los generales se pusieron de acuerdo para sostener y practicar el poder “institucionalmente” en México.
Dicho conflicto ha sido poco estudiado y poco difundido por el Estado. La causa obedece precisamente a que constituye una mancha en la búsqueda de legitimación interna por parte del gobierno revolucionario, ya legitimado por el exterior a través de la contienda iniciada en 1926.
El pueblo mexicano de inicios del siglo XX era, sin exageración, absolutamente católico y mayoritariamente practicante y creyente. Tales peculiaridades deben ser atendidas a fin de comprender en su verdadera dimensión, el origen y justificación del levantamiento popular en contra del gobierno federal, en más de la mitad de la república al grito de “Viva Cristo Rey”.
Por otra parte destaca el hecho que las leyes anticlericales del gobierno Juarista (las de reforma y la constitución de 1857), y las de Lerdo de Tejada de 1873, no fueron ejecutadas en forma completa desde su adopción. Porfirio Díaz, por ejemplo toleró a la iglesia católica, aunque no hizo nada por derogar dichas leyes, lo mismos hizo Adolfo de la Huerta, ambos ya en el incipiente siglo XX, y originalmente el propio Álvaro Obregón, quien aún y con sus arranques públicos jacobinos, autores serios lo califican como tolerante del catolicismo.
No obstante dicha condición habría de desaparecer al acceder al poder el secretario de gobernación de Obregón, el “general” Calles, a quien como parte del binomio Sonorense, le urgía el reconocimiento de su gobierno por parte de Washington.
En efecto, al requerir Plutarco Elías Calles el reconocimiento de su gobierno por parte de los dueños de Washington, con el único propósito de mantener el poder, traicionó al verídico pueblo mexicano, al pueblo creyente que por razones naturales practicaba el culto católico.
Ello, se tradujo en una política no anti religiosa, sino abiertamente anti católica.
La incongruencia consistente en que un gobierno, en apariencia emergido “democráticamente” por un pueblo absolutamente católico, persiguiera y reprimiera al mismo; sólo es explicable si se da por cierta la influencia extraña de actores ajenos a esa filosofía cristiano católica.
Y es que aunque cueste trabajo comprenderlo y creerlo, detrás de toda política, detrás de todo acontecimiento político social, subsiste el conflicto milenario entre dos formas de concebir al mundo material; la cristiana y la anticristiana. Ambos caminos iniciaron su recorrido desde el momento en que el Nazareno fue alzado sobre el madero.
Los enemigos del hombre-Dios, son quienes desde lejos, temporal y materialmente hablando, han influido en gran medida debido al poder adquirido en otras latitudes, con políticas extrañas para las naciones destinatarias.
El caso de Calles es peculiar, pues aún contando con cierta libertad de poder, respecto de Washington; lejos de acrecentar la misma fortaleciendo a su pueblo a fin de competir en todos los ámbitos con el “coloso” del Norte que ya se apuntalaba como el dueño del hemisferio, optó por sentarse con el poderoso para negociar no el bienestar social de “su nación”, sino el propio. Sacrificó a las futuras generaciones y con ello la verdadera autodeterminación del pueblo Mexicano.
Calles al final cumplió con el arquetipo que plantea Octavio Paz, respecto del mexicano en su “Posdata”; actuó conforme a la herencia tlatoani - caudillo.
No obstante que la iglesia católica constituyó desde la llamada “Colonia” la principal fuerza para proteger a los oprimidos (los programas sociales de la misma fueron en la época, mayores que los públicamente se reconocen); el gobierno federal “revolucionario” la atacó abiertamente con la promulgación de la ley reglamentaria del artículo 130 constitucional, el cuatro de enero de 1926, pues de entrada no se reconocía jerarquía dentro de la iglesia y se reducía al sacerdote a un mero empleado del gobierno.
El punto más controvertido de dicha normatividad, lo constituyó la obligación de los sacerdotes de inscribirse ante el gobierno y obtener de éste la autorización para ejercer su ministerio, aunado a la necesidad de avisar; es decir, de pedir permiso para cambiar de ciudad o de parroquia.
De acatar los sacerdotes “inscribirse”, de hecho y frente a los católicos serían desertores y colaboracionistas; quienes permanecían fieles a Roma, se hallaban impedidos para cumplir con sus funciones espirituales.
Así, Calles inició apoyado en una Constitución anticlerical, una verdadera campaña en contra de la iglesia católica. Acorde con la común y simplista interpretación del apotegma: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, el César ahora se entrometía en las cosas de Dios.
La separación Estado Iglesia hoy en día resulta algo natural e incuestionable, sin embargo, la postura del gobierno federal de 1926, en nada justifica la implementación de la misma, pues como se ha precisado, la referida ley reglamentaría atacaba en forma directa una forma de culto: la mayoritaria en aquélla época.
Ante ello, y de forma justa, la sociedad mexicana se organizó en forma espontánea en defensa de la libertad religiosa.
Dado que el presidente Calles urgió a los gobiernos estatales la pronta aplicación de la ley reglamentaria así como, la pronta legislación a nivel local respecto del tema, pronto surgieron absurdos como la ley del estado de Tabasco, en la que su precursor el tirano Tomás Garrido Canabal, exigía que los sacerdotes fueran casados. Absurdo, no sólo desde la óptica de la filosofía católica, sino desde el plano de los derechos humanos, pues tal legislación exigía y decidía por el gobernado el estado civil del mismo (en este caso el sacerdote). Solo faltó que se eligiera a la pareja.
Simultáneamente, se atacó la práctica libre del trabajo, aún y cuando la misma Constitución afirma la libertad de dedicarse en el territorio nacional, al oficio, trabajo o ciencia que se desee, con la única restricción de que el mismo sea lícito.
En este contexto, la lucha de los católicos Mexicanos, en contra del represor revolucionario, al grito de: “Viva Cristo Rey” nada tiene de fanática; si acaso, el fanatismo por la defensa de la libertad de pensamiento y creencia, en ese entonces débilmente atacada por los enemigos del catolicismo, pues a diferencia de aquélla época, hoy en día la infiltración mental constituye el frente más contundente por el cual se diluye ya, toda creencia y convicción, a grado tal que hoy se duda de todo y se asumen como ciertas y naturales, aberraciones como la pornografía permisible, la prostitución de cualquier género, maquilladas sutilmente de libertades que sólo contribuyen a la disolución social, la antítesis de la unidad nacional.
En síntesis, al cabo de 70 años de dictadura “revolucionaria” y una década de gobierno “bolillo”, el panorama es gris. Hablar de lo positivo que pueda tener tal lapso no es tarea nuestra, pues por honor a la verdad algo aunque sea ínfimo puede existir de positivo en el sistema producto de la revolución, pero ello se convierte en nada, al apreciar que las actuales generaciones de jóvenes trabajadores, siquiera gozan de la certeza de un retiro digno al final de la vida laboral. Del acontecer diario, mejor ni hablar.
El combate del fanatismo e ignorancia del pueblo mexicano, que constituyó la razón discursiva del gobierno anticatólico de 1926, hoy pareciera anacrónico al contrastar el pasado “cristero” con el presente globalizador; nada más falso e irónico.
En efecto, el pueblo mexicano es hoy a diferencia de la sociedad católica mexicana de 1926, más fanático e ignorante, aquélla tenía y practicaba buenas costumbres por regla general, la de hoy carece de ambos, por regla general.
La diferencia estriba además en la sustancia de los calificativos. Hoy se es ignorante de las buenas costumbres, de los valores, y se es fanático del ocio, la farsa… y la mediocridad.

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