Saramago
La conmoción fue inmediata. Los mensajes llegaron uno tras otro; todos mis amigos y amigos de José Saramago de inmediato se hicieron presente para recordarme y recordarnos al hombre que por muchos momentos había sido motivo de nuestros debates literarios y académicos; el hombre que se había acercado a través de las letras de muchas maneras.
Los medios de comunicación respetables hicieron una pausa en el marasmo del mundial de futbol de Sudáfrica para dar a conocer la desagradable información: el Premio Nobel de Literatura 1998 había muerto. La historia marcó su fecha: 18 de junio de 2010.
El portugués, radicado en España; el Caballero de las Artes y las Letras en Francia, vivía la muerte no como una intermitencia, sino como un punto de referencia que nos exigía el desasosiego de la memoria personal.
Las mías fueron inmediatas, aquellas tribulaciones provocadas por El evangelio según Jesucristo, las referencias bíblicas que obligaban búsquedas frente a la implacable narrativa del escritor.
Todo pasaba en un abrir y cerrar de ojos; los paisajes de su escritura se hicieron presente para revivir la vida vivida a través de Saramago. El amor de Cuento de una isla desconocida; el ritmo de El viaje del elefante; la irreverencia de Caín, la crítica dura de Ensayo sobre la ceguera, la parsimonia de Todos los nombres. Ese era Saramago, así a secas, el apellido que llevó y trastocó una sinfonía social.
A ese Saramago lo siguieron nuestros ojos y oídos cuando levantó su voz en la matanza de Acteal en Chiapas; el que dio seguimiento a la muerte, el que abrumó a la religión, el que cautivó el silencio e hizo elocuencia de la crítica; sencillamente un hacedor de soledades… un tejedor de palabras humanas.
Hoy que te recuerdo bien mi estimado maestro, entiendo la censura de tus obras, porque a muchos nos hizo entender que el “pecado” también es libertad. Hiciste de las carnalidades humanas la expresión de las pasiones, los temores se hicieron posibles en la ceguera de lo político. En esencia dibujaste un mundo social que sólo era capaz de redimirse frente al amor, el mismo que tú viviste.
Alguna vez dije de ti que sólo tú eras capaz de ensayar la idea de una muerte suspendida que hace emerger lo peor de nuestro vivir, las enfermedades sociales que caracterizan y padecemos las generaciones de hoy. Que en el fondo atisbabas con profundidad en las sociedades actuales; deambulabas por las crisis, desnudabas el desorden y encarabas el temor de vivir en el mundo de hoy. Es verdad, personalmente confieso mis placeres de tus textos, de tus atrevimientos, de tu creencia en la libertad, en el mundo, pero sobre todo de nosotros mismos.
Por eso querido Saramago, tus palabras siempre fueron puntos de apoyo en mucho de nuestras vidas; llegaste al aula, al café, a la cocina, a los mundos en guerras, a los sindicatos, a los parlamentos.
Querido Saramago, seguro el universo que nos acercaste te recuerda hoy no como una muerte suspendida, sino como una vida infinita.
Hoy, el desenlace con esta vida se ha dado; tu encuentro con la muerte es inevitable… muerte maldita, muerte enemiga, muerte dolorosa, te llevaste al hombre y eso te hace más desgraciada, sin embargo en los posibles sentidos del maestro, eso te hace inevitablemente humana.
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