Ojos que miran, corazón que grita.
Flor de Líz Pérez Morales.
Me lo dijo
Cintli. Dijo que no estaba asustada pero por si las dudas mejor hacía preguntas
e investigaba, pues la habían amenazado por manifestarse. Alguien la había
grabado porque cargaba a su hijo en la marcha y le enseñaba que los que aman
este país luchan por él.
Pocos conocerán
a esta mujer, una joven que diariamente acude a la universidad, que sentada en
el piso consulta su computadora o tiene un texto en la mano, que llega tarde y
corriendo a una clase porque su hijo le demandó un poco más de tiempo, que su
marido está con ella en los sinsabores y que como joven le ha tocado romper sus
propios paradigmas sociales y políticos,
incluso familiares.
Ella representa
esa casta de jóvenes que un día se dio cuenta que les habíamos entregado un país
desvencijado y se empeñó en hacerlo diferente. Ella, igual que muchos
universitarios se amarra en la espalda la ideología y sale a gritarla a la
calle. Seguro esta chica no se mira a sí misma, sino a un hijo que le empuña en
su mano la esperanza. Esta chica es de otra estirpe, de esa a la que le estamos
negando la oportunidad de tener y ser algo mejor, pero ella se empeña en ir en
sentido contrario.
Es verdad,
parece que amedrentar es el mecanismo más perverso para silenciar a la gente.
Pareciera que en este país lo saludable para una política de estado es obligar
al ciudadano a guardar silencio, sin saber que un pueblo que a la fuerza es
callado emerge con sus rencores en la violencia. Pero no se trata sólo de
callar, sino de lo que el mutismo guarda.
En lo oculto
está eso que muchos estudiosos entienden como descomposición social, pérdida de
pertenencia social, ausencia de civilidad, o lo más grave, lo que bien nombraba
Ernesto Sábato, la deshumanización. En realidad hemos caminado mucho para hacer
de este país una fábrica de pobres, una sociedad de carencias, una comunidad
sin oportunidades, un pueblo sin posibilidad de vivir tranquilos.
Lo que muchos jóvenes
están mirando silenciosamente son las debilidades educativas, la falta de
empleo, los problemas de inflación, la inseguridad, el espejismo político, la
desconfianza en las instituciones, el porvenir sin remedio.
Lo jóvenes lo
palpan, con profesores que no les cumplen, con tareas sin sentido, con purgas
de corrupción y acoso, con amigos
aterrados, con inercias administrativas; en resumidas cuentas con el
cinismo académico.
Lo viven en su
casa y el trabajo, con la pareja o padres desempleados, con la renta sin pagar,
con el miedo al robo y a la violencia cotidiana; quizás
lo entienden con la inseguridad a cuestas que les pesa todos los días.
A estos jóvenes
de hoy nada los puede hacer creer en las instituciones partidistas, de salud o
de justicia. Difícilmente los hacen confiar, porque nunca les han rendido
cuentas de su función social, no hay más cuenta que la diaria corrupción.
No nos extrañe
pues que ahora los síntomas sean evidentes. Ahora mismo el miedo, la
incertidumbre, la angustia social se anuncia en la plana de los diarios locales
como un espectáculo llamativo, esos mismos medios de comunicación que hacen un
símil casi de ficción cuando
acusan y colocan en
el mismo lugar a los asesinos de Tacotalpa, que a los manifestantes del “Yo Soy
132”. “Violentos”, les dicen a estos últimos porque se dejan escuchar, pero son
los mismos medios que callan cuando
los asesinos o violentos tienen otra investidura.
Cuando uno
observa a Cintli y revira a los
miedos de Tacotalpa entiende porque esta chica lucha, porque se empeña en que
seamos diferentes, porque se le borra el miedo del rostro y lo alza trazando un camino esperanzador. Esta
joven no quiere ofrecerle a su hijo más aprensiones, estas carencias y este
desencanto. Ella simplemente cree que el mundo puede ser mejor para todos. Casi
descabellado… por eso la grabaron.
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