19 de Febrero.
Hugo Triano Gómez.
En México, en el plano
institucional, ningún otro ente posee más credibilidad que el ejército. Si
acaso pudiera equipararse con la iglesia católica.
Cuerpo de élite, de hombres
valerosos y entregados a una auténtica convicción, ha enfrentado en diversos
momentos- y aún hoy- episodios que pretenden sin razón, desprestigiar su actuar
y reducir aún más su esfera de influencia en el quehacer diario.
Craso error es pues considerar
al ejército desleal con todo y la cantidad de cuartelazos que México vivió en
el siglo XIX. Los desleales siempre tuvieron nombre y apellido. Son ellos, solo
ellos, los que debieran ser mal recordados.
Para un criterio serio, es Injusto
adjudicar al ejército la bravía y lógica reacción del crimen organizado ante la
batalla que día a día se emprende. Cómodo resulta acuñar desde una oficina
internacional adjetivos como "inhumano" a una institución que como pocas, desempeña
una labor altruista cada vez que se enfrenta a una desgracia de proporciones
catastróficas. Se convierte en Irresponsable quien con el sesgo de la
politiquería a cuestas, apuesta a exhibir debilidades sin hacer algo -pudiendo
hacerlo- por corregirlas.
Que nadie se equivoque, el ejército
no es una deidad, no es infalible, es propenso a cometer errores -y los ha
cometido- como todos en los diversos campos de acción, en que se desenvuelve.
Eso no hace obligado que la "tropa" deba volver a los cuarteles dejando "media
guerra" ganada… o
perdida. No es con simple y eterna retórica como el mal del narcotráfico se
acabará. Es cierto, es imperativo retomar la educación y los valores como
herramienta básica para combatir el flagelo, pero mientas la semilla da frutos,
el ejército no puede volver a solo "sembrar árboles", a "asistir sin recibir solidaridad
a damnificados", a "alfabetizar
a los adultos". No,
esa no es su principal misión.
México debe apostar por
reconocer sus cosas valiosas, lo que está bien y lo que está mal; más aún
revertir tendencias y apostar por cesar el engaño que a la clase política le
conviene difundir, después de todo sus necesidades no son las mismas que las
del ciudadano común. ¿No fue el Congreso el que se atrevió a modificar los
esquemas del servicio militar nacional, haciendo hoy incapaces de disparar un
arma a miles de mexicanos? ¿No fue esta la medida que acabó con la posibilidad
de que los "hijos de la patria" tuvieran acceso a una mínima instrucción de estrategia y
disciplina que bien podría ayudar en otro aspecto de la vida y a defender la
nación misma?
Es cierto que el discurso
pacifista enaltece y tiene su valía, pero tanto ayer como hoy, la mezcla
indefensión-ignorancia no solo genera riesgos, si no que somete a quien la
padece.
Obligado resulta pensar en quién
o quiénes, dentro y fuera, se benefician de un ejército coartado, débil y
desprestigiado.
Olvidémonos de los tabúes.
Observemos la realidad. Honremos a quien lo merece ubicando cada cosa en su
lugar, diferenciando a los buenos de los malos. Identifiquemos al verdadero
lobo y a la verdadera oveja.
Démosle al militar el trato que
se ha ganado arriesgando su propia vida. Se gana más… de lo que se pierde.
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