Las incoherencias del discurso político.
Flor de líz Pérez Morales.
Si algunas personas tendrían que
ser cuidadosas con el empleo del lenguaje, son justamente quienes trabajan en
la política. Es riesgoso asumir el papel que juegan las palabras en una Entidad
donde no se miden las consecuencias de las declaraciones políticas.
En los últimos años hemos
escuchado infinidad de verbalizaciones que nos dejan pasmados, no sólo porque
muchas de ellas carecen de congruencia textual, sino porque también se “avientan” con la petulancia desmedida de la figura
política. En ellas se devela la pobreza o limitado pensamiento y oscurantismo para conocer el mundo
social de quien lo enarbola. Se camina sobre viejas inercias que no consideran
que las entonaciones también son parte de la lectura en el discurso.
En alguna ocasión me preguntaba
qué tan preparados estaban los políticos tabasqueños para gobernar después de
ganar una elección, porque justo la inteligencia se denota en el lenguaje. En
aquel tiempo me inquietaba saber qué tanto sabían de leyes, de la gente y sus
problemas sociales, de eso tan básico que da la capacidad de razonar para
emitir las palabras en el discurso político.
Aquella vez también me
cuestionaba qué tanto leían, porque eso infería la sensibilidad social. ¿Alguien
los entrenó para hablar en público? ¿Para dirigirse a la gente? Sé que muchos
no lo necesitan, porque la elocuencia es distinguible en sus razonamientos,
pero parece que son muchos más los que están emitiendo una retórica que padece
los males de sus habilidades discursivas.
No se trata de callar, de no dar
explicaciones, sino de hacerlo en la mejor de las formas, de tener muy claro
dónde se está parado y a quién se dirigen los mensajes. La regla básica de una
respuesta dada se mide en el tiempo que otorga el silencio para comprenderla y
contestarla. Hoy parece que tenemos políticos que asemejan, enuncian y luego
piensan, que se enredan en el discurso sin sentido, para luego aclarar qué era
en verdad lo que se quería decir. El asunto se agudiza cuando el discurso es
replicado en las redes sociales, que no sólo avergüenza sino que inhabilita el
acto político de quien lo emite.
Si entendemos también que el
lenguaje va más allá del empleo de las palabras, parece entonces que nuestros
peores temores podrían acelerarse, porque justo en él es que se manifiesta la
incongruencia del pensamiento con la acción.
Esto es parte de esa lectura
ciudadana. Se habla de que no habrá nepotismo y muchas instituciones de Estado,
especialmente los ayuntamientos están llenos de la parentela de los políticos.
Se habla de funciones marcadas por la sensibilidad ante la sociedad tabasqueña
y se actúa sobre la soberbia y altanería.
Tales discursos no sólo anuncian
las incapacidades para realizar las tareas que como funcionarios públicos se
les ha encomendado, sino lo más grave: el rol que se asume en la falacia del
lenguaje.
Desde este punto de vista
tenemos tareas pendientes; por un lado demandar algo tan elemental como la
congruencia en el discurso político que lleve a la responsabilidad social, y
por otro, desde la ciudadanía alentar la lectura como marcos de referencia para
la toma de decisiones.
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