De pendientes, donantes y traficantes… de vida.
Hugo Triano Gómez.
Por definición, donar es un acto benévolo. Es desprenderse de algo
para ofrecerlo a alguien. Más ampliamente, la donación de órganos constituye una actuación íntima, que casi raya en la
espiritualidad, si se piensa en que puede ser relacionada con el amor al
prójimo.
Ahora que recién se conmemoró el día mundial de tan específica
donación, destaca el esfuerzo internacional por hacer de la práctica una
cultura, aunque también las asignaturas pendientes por subsanar, que enfrentan
países como México, para pensar en la efectividad de la medida.
En primer lugar es de reconocerse que aún en el grueso de la
población mexicana suele aparecer la corriente más conservadora -e irónica- de
la sobrevivencia humana que impide a alguien disponer de un cuerpo que
teóricamente no le pertenece, vinculada también a corrientes de fe. Superado
ese escollo -sui géneris- los obstáculos se tornan obviamente…"terrenales".
Sin menoscabo de otras variables, incluida la siempre referida "falta
de información", la corrupción parece ser la condicionante más peligrosa a la que se enfrenta la
cultura de la donación en la nación Mexicana. De broma en broma, es seguro que
nadie desea terminar -aún muerto- y gracias a la "viveza de
alguien", en manos y en fines equivocados.
¿Cuántos podrían negar ahora mismo, que la posibilidad de ser objeto
del tráfico de órganos es ajeno a la decisión de
convertirse en donante? Quizás así pueda explicarse que en los países de primer
mundo, cuesta menos trabajo involucrar a las sociedades en la dinámica de "regalar
vida" o "mejores condiciones" a otra persona, cuando uno ya no puede disfrutar de ellas.
No es casualidad pues que en esos países se tenga una ventaja
considerable, sobre los de tercer mundo, en lo que a número de donadores
dispuestos se refiere.
En México el problema se recrudece cuando los datos de las
averiguaciones iniciadas por el flagelo, se ocultan reduciendo a "leyenda
urbana" los gravísimos incidentes, así sean
solo cinco los presuntamente perpetrados en los últimos cinco años. Al tenor del derecho a saber, la PGR ha sido reiterativa descartando
que la práctica se de en el país. La intervención del IFAI a lo mucho, le ha
llevado a reportar el inicio de las cinco pesquisas comentadas, aunque sin
ningún culpable.
La falta de claridad respecto al área que tiene que atender el
asunto tampoco favorece la cultura de la donación en los exigentes, pues si
bien la ley general de salud -la federal- define y sanciona el tráfico de
órganos, la PGR cuenta -según información pública- con varias instancias
competentes para el caso, lo que posibilita "que alguna omita
información", peor aún, resultados.
¿Cuántos mexicanos conocen la existencia de la UEITMO, la Unidad
Especializada en Investigación de Tráfico de Menores, Indocumentados y Órganos?
¿Que la PGR cuente con más unidades competentes amén de las delegaciones, no
significa más una desventaja que algo a favor? ¿Cómo medir la interacción
eficaz de la Unidad Especializada y las Direcciones generales de Análisis Táctico,
de Control de Averiguaciones Previas, de Control de Procesos Penales Federales
y otras?
El asunto se complicó ya cuando la misma PGR advirtió la dificultad
de la venta clandestina de órganos y minimiza su realización, por el solo hecho
de que "implicaría contar con una organización bien estructurada con
capacidad de mantener tecnología médica de punta y personal capacitado", como si el dinero y la perversidad no se tomaran trágicamente de la mano.
¿Cómo garantizar entonces que un donante satisfaga su deseo de
contribuir a la preservación de la especie, si el tráfico de órganos está "condenado" en el país, pero las penalizaciones lucen ligeras?¿Acaso bastan 8
años de prisión como pena máxima para quien se dedique a alguna modalidad de la
rapiña humana? ¿Habrá que esperar a que la autoridad federal "avale"
la existencia de chacales para pensar en una
revisión de la ley? ¿Por qué siempre el indefenso tiene que ser atendido hasta
sufrir las consecuencias?
Cierto es que llegar a la pena de muerte con quien trafique órganos
y con quien pierda el respeto por la vida humana, a algunos parecerá excesivo.
¿Parecería descabellado sin embargo, trabajar en la conciencia de los "peores
grupos criminales" detenidos para ofrecerles
al final de su existir una alternativa? Viéndolo con fe, convertirlos en
donadores sería su oportunidad para resarcir algo del daño -grande o pequeño-
que hayan causado. Casi casi como dar vida. . . al morir.
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