Mujer y política.

Posted on 1:21 by Hugo Triano Gomez | 0 comentarios

                Flor de Líz Pérez Morales. 




¿Cómo se elige un equipo de trabajo político? ¿Por identidad de género o por capacidades? Las preguntas salen a colación porque en el nuevo gabinete presidencial figuran tres mujeres, Rosario Robles Berlanga como Secretaria de Desarrollo Social, Claudia Ruiz Massieu Salinas en la Secretaría de Turismo y  Mercedes Juan López como Secretaria de Salud. Personalmente debería celebrar el asunto por el hecho de que son féminas que representan nuestras identidades, sino fuera porque entiendo, bajo la mirada del análisis, que  la tarea política va más allá de un asunto de género o particularmente de la sexualidad que nos separa a hombres y mujeres. 
De Mercedes Juan López, se sabe poco, entre esto, de su significativa trayectoria en el área de la salud; de Ruiz Massieu Salinas seguro saldrá mucha más información más allá de lo meramente histórico.  Sin embargo, las tintas de información se han regado mucho  respecto a la elección de Robles Berlanga, y justamente la figura política de ella no parece la mejor parada en la ejemplificación de las virtudes del género femenino. De las referencias de la nueva secretaria de SEDESOL, se dicen cosas como: “Atrás quedó la Rosario Robles de los grandes lentes y actitud introvertida; cambió las gafas por una cirugía láser en los ojos, tinte cobrizo, mascadas, uñas perfectamente delineadas, buenos perfumes y para cuidar su figura bebe refrescos de dieta, sólo de lata”. Sin embargo, no es esta la referencia que mejor la ilustra, y que poco tendría de discutible, sino esa otra donde su moral política quedó develada en el favorecimiento que hizo de su puesto sobre el interés personal, actuar que responde a valores y no propiamente a identidades o lo que podemos entender en  el resultado de su actuar político frente a los gobernados. 
Norberto Bobbio decía “si bien la moral siempre se refiere al acto y conciencia individual, la política es la relación con los otros” y desde ahí no hablamos de mujeres, sino de actores sociales. 
Tal vez para muchas personas la determinación de la inclusión femenina en los equipos políticos se ampare en la equidad de género, entendida ésta en el alegato de las discusiones, como igualdad, lo que evidentemente asunta a una perspectiva reducida de cantidad y no propiamente en lo sustancial que es en la aplicación justa de cualidades; noción mejor valorada porque el concepto de equidad encuentra su  cobijo en la justicia y las capacidades humanas. 
Ahora mismo en Tabasco muchos hombres y mujeres se pavonean buscando lugares políticos, invocan virtudes, presentan cartas de recomendación y padrinazgos, dan credenciales falsas, se asumen como conocedores de la vida política de la entidad; se ufanan de su arraigo en las comunidades que buscan dirigir, hacen antesala y caminan saludando como si tuvieran el poder de transgredir las decisiones. Muchos de los casos  apelando a una condición de género que los haría incluyente de una “verdadera política democrática”. Pero se nos olvidan otras cosas .
Justamente porque se ha caminado por ahí es que la historia de México y Tabasco abunda en fracasos políticos, errores que desde las claridades de la reflexión se revelan desde la ignorancia, inexperiencia, corruptelas, ausencia de liderazgo, apropiación de antivalores; esto es, en infinidad de situaciones que mucho se explican en las incapacidades del individuo para dirigir la vida política de una comunidad y poco en su identidad de género. 
Si se mira la política como un acto de responsabilidad cuyo eje se traza en  la trascendencia hacia los gobernados, entonces esta tarea deja de lado el asunto de las identidades de género y coloca solamente a personas con conductas, y capacidades, pero ante todo con posturas éticas.  
El  ciudadano probablemente entienda poco en su accionar cotidiano si es un hombre o una mujer quien dirige sus instituciones, lo verdaderamente significante se mira en una encomienda de trabajo que se solventa en las gestiones sociales. Ahí es donde se mide el pensamiento  que se traduce en valores políticos  y que no se personalizan en feminidades o masculinidades, sino en actos de gobierno. 
Entiendo pues que un proyecto de acción y  moralización política  de gobierno no se aboga ni se dirime en elecciones de género, es decir, no se elige por ser hombres o mujeres, sino que las elecciones se sustentan en aquellos sujetos que sostengan los rasgos incólumes de la exigencia y el deber político para ocupar un puesto. Me parece que se trata más bien del concepto de  equipo articulado y no diferenciado; Antonio Camou lo explica así: “la idea de una ciudadanía construida a partir de la articulación de múltiples posiciones de sujeto no parece llevarse bien con una propuesta que opta por acentuar la diferencia en el plano de la representación política” 
Para qué queremos los ciudadanos, más hombres o más mujeres, en un gabinete que domine por su condición de género, si lo que nos inquieta se mide en la atención que nos brindan las instituciones al hacer de la vida social. Para qué los queremos si no conocen nada del quehacer público y administración de gobierno. Por qué querríamos a alguien que no sabe de la sensibilidad de su gente, si no ha tenido contacto nunca con las necesidades de los desprotegidos y no sabe tocar puertas para buscar los recursos. Para qué queremos  figuras que usen los roles políticos para el favorecimiento de intereses personales. En fin, para qué queremos personajes que no tengan la menor idea de por qué están ahí. 
En el caso de Tabasco, particularmente en mi lugar de ciudadano común, no me inclino por un gabinete de identidades de género, de hombres o mujeres; me preocupa más la mutilación de una verdadera vida social, de eso que sacrifica el “deber ser” político, por eso que Gilles Lipovetsky discierne en la ética indolora de los nuevos tiempos democráticos.  
Para el caso deberíamos precisar con más cuidado en sujetos-actores políticos responsables de la voluntad social. En síntesis, se trata entonces de reflexionar en torno a gabinetes articulados por las capacidades y conductas políticas de cada uno los integrantes y no propiamente diferenciados por la sexualidad.

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