Esperanza
Esperanza. Ese es justamente el nombre más adecuado para referirse a lo ocurrido con los mineros de Chile. Es el sentimiento que por muchos días llenó Latinoamérica con los 33 obreros "metidos" a más de 600 metros de profundidad bajo tierra y que ahora no sólo rinden tributo a la vida, sino también recuerdan las situaciones que sobrellevan muchos trabajadores de este continente americano.
No son desconocidas las condiciones laborales de los mineros en cualquier parte del mundo; una de las críticas más reveladoras ha sido la del escritor francés Émile Zola en la novela Germinal, la historia que retrata de forma realista es la vida de los mineros franceses en el siglo XIX. En la propia historia de México, el movimiento revolucionario inició con la huelga de los obreros de Cananea y Rio Blanco, pero especialmente lo vivido en Chile posibilita el recordatorio de la tragedia de los mineros de Pasta de Conchos Coahuila, donde se estimó que 69 trabajadores perdieron la vida. Las comparaciones no pueden evitarse, más aún cuando en la óptica social las desventuras inician desde la negligencia.
En este sentido son varios los asuntos colaterales que emergen de la situación de los mineros chilenos.
Evidentemente no puede soslayarse el tema de lo mediático. El apoyo de los recursos tecnológicos para allanar el camino de la supervivencia es incuestionable; sin duda la comunicación sirvió como un enlace que dio frutos hasta los últimos minutos para lograr no sólo el rescate sino para sensibilizar a las comunidades mundiales de las condiciones labores de estos trabajadores. Sin embargo, de manera inherente la respuesta mediática ha traído consigo la enorme popularidad que ha convertido a hombres ordinarios en “héroes vivientes” que hoy ya se alistan para ser emulados en distintas formas; desde los dramas cinematográficos hasta la propaganda política, misma que ha puesto al presidente Chileno Sebastián Piñera en un lugar protagónico.
Sin embargo uno de los relieves más significativo emerge en la toma de decisiones que conduzcan e incidan en las políticas públicas de cualquier país. En este sentido la respuesta más clara la han planteado ya los propios mineros al lograr enunciar en la contundencia de sus discursos, el rumbo a tomar para muchos trabajadores.
Por supuesto que se distingue entre todos ellos la personalidad del minero sindicalista Mario Sepúlveda, que además de mostrar su conmovedora alegría, también se identificó por las declaraciones vertidas en relación a lo sucedido. "Nadie debe olvidar que esta experiencia debe servir para que los dirigentes de nuestro país cambien las relaciones laborales" dijo el hombre que sustrajo de la tierra la alegría, los pedazos de piedra para regalar y la convicción de sus ideales que se ganan y fortalecen en las largas jornadas del trabajo, pero que también lo hicieron padecer durante 69 días a él y a 32 compañeros más.
Frente a lo anterior vale la pena considerar la axiología provocada durante el drama, lo que puso de manifiesto eso que aún nos hace humanos frente a las adversidades. La esperanza de vida logró que muchos pueblos se solidarizan y que se buscaran respuestas que hoy convierten la experiencia en respuestas de trabajo inteligentes, consecuentes, consensuadas y respetuosas, pero sobre todo llenas de ilusiones.
Es verdad, lo sucedido en Chile plantea muchos asuntos a tratar; de conciliaciones y reconciliaciones con la esperanza, con la idea de amparo en un mejor mundo, fraterno, solidario y justo, pero particularmente de creencia en la inteligencia del hombre.
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