De caravana en caravana...
Flor de líz Pérez Morales.
Pasó rápido, como un grito fugaz. La Caravana por la Paz encabezada por el poeta Javier Sicilia pasó ante mis ojos, muy apresurada; iban en su recorrido por Paseo Tabasco, una de las avenidas principales de Villahermosa, en pleno sol, en el calor de alto grado que dan las temperaturas tabasqueñas. Las arengas sociales se acompañaban de las pancartas y gritos de inconformidad que sueltan los manifestantes que se sienten en muchas formas excluidos de un sistema que no los mira, pero también de quienes aprovechan los espacios para sumarse, no al compromiso, sino a la imagen de un hombre lastimado y de sobra conocido.
Dicen las numeralias que el contingente se acompaña de 630 activistas que se desplazan en 17 camiones, cifras que varían en cada territorio, dependiendo de cada lugar donde llegue la caravana. Las exclamaciones llenaban la avenida principal, las mismas voces que se reconfortaban con la respuesta de los automovilistas que regalaban un sonido del claxon o unas monedas para el “boteo” de los militantes.
El paso de Javier Sicilia en Tabasco fue rápido, cuestión de horas; una visita suficiente quizás para revisar a su figura, más allá de los actos políticos. Vi pasar a varios nombres tabasqueños, grupos de diversas organizaciones, pero mis ojos lo buscaban en la muchedumbre a él, al hombre que había logrado sumar voluntades y cuyas frases hoy se vuelven y revuelven en un referente de muchas voces. Primero vi su sombrero, levanté mi cuerpo para intentar verle el rostro, quería marcarlo bien pero no podía, lo rodeaban otros hombres. Al fin lo centré en mi mirada, por instantes logré fijar la voz que una vez en la desesperación de un fatídico marzo dijo “estamos hasta la madre”. El chaleco café sobre la camisa de cuadros se humedecía con el calor sofocante que transpiraba la piel blanca del escritor, que a diferencia de otros tiempos, cuando visitó Tabasco, resaltaba por sus ojos brillantes en la sonrisa. El rostro le cambió, ahora se le ve cansado, agotado de la lucha que lleva a cuesta por él mismo y por muchos otros. Su voz ahora es de enfrentamiento, de dolor, de una violencia que se le pasó al cuerpo y le endurece las palabras. Me parece que la poesía que llevaba antes hizo ruptura con aquel aullido cuando anunció que nunca más iba a escribir como poeta, su declaración en aquella ocasión fue amarga y mutilada ante la muerte de su hijo: “Por el silencio de los justos/ sólo por tu silencio y por mi silencio”.
Sus pasos son lentos, pausados, los demás gritan por él; las enfermeras, los inmigrantes, los sindicatos, los estudiantes, los que quieren hacerse oír y cuyos gritos él totaliza en una frase de su recorrido por estas tierras tabasqueñas: “Si los políticos no enderezan el camino del país, si no escuchan a la gente y empiezan a servir a la sociedad y recomponer el tejido social, desgraciadamente este va a ser el último movimiento pacífico. Lo que va a venir por la indignación social va a ser terrible…”
El hombre sigue caminando bajo el sol, cansado; adelante Gerardo Priego Tapia saluda a los conocidos, igual que Fernando Mayans y Raúl Ojeda; caminaban también los otros, los menos ilustres, los que han vivido la violencia y llevan consigo la lucha del movimiento “por la dignidad y la justicia” de otra manera.
Efectivamente poco duró la estancia de Sicilia y la Caravana por la Paz en Tabasco. De él sólo quedaron los ecos de sus palabras, el caminar pausado, el movimiento de su manos, la silenciada mirada que con los días se agota, como si con ello también se agotara la espera de mucha gente en este país.
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