Septiembre 27.

Posted on 6:34 by Hugo Triano Gomez | 0 comentarios

Hugo Triano Gómez.





La fecha supone mucho. Sin duda conmemorar la consumación de la Independencia influyó en la decisión de hacer el anuncio ese día del ya lejano 1960. Era la época del desarrollo estabilizador en México, pero también de la era en que todo estaba supeditado al protocolo excesivo y al “cuidado escrupuloso” de las cosas. Era, dicen algunos, el marco adecuado para iniciar el proceso de nacionalización de la industria eléctrica que culminó 3 meses y dos días después -el 29 de diciembre- con una adición al párrafo sexto del artículo 27 Constitucional.
A diferencia del proceso petrolero, aquí se compraron las empresas eléctricas existentes en el sigilo y la secrecía normales de la época, tanto que el anuncio de las adquisiciones llegó hasta el día del informe Presidencial de ese año de Adolfo López Mateos.
Se trataba en sí de quitarle a los particulares nacionales y extranjeros, la posibilidad de generar, conducir, transformar, distribuir y abastecer energía eléctrica, si su fin era la prestación de un servicio público, para dársela exclusivamente al Estado Mexicano, en la lógica -y la obligación- de que éste buscaría ante todo el bien común de sus gobernados.
Concluido el proceso legislativo se hizo norma negar concesiones en la materia a los particulares. Con el tiempo se definió y entendió que los permisos para el autoconsumo no están prohibidos, tampoco para la cogeneración si no pierde el sentido de autoabastecimiento.
En contraste el asunto de los intermediarios  que le venden energía a la Comisión Federal de Electricidad -previsto en la ley reglamentaria- ya sea porque ese haya sido su interés desde un inicio o porque les sobre; y la importación y exportación de la misma, son desde hace un buen objeto de discusiones políticas, litigios y conclusiones de inconstitucionalidad…Y sin embargo se volvieron práctica común.
No puede negarse por tanto, que 51 años después, la energía eléctrica en México y los insumos que la generan no están al servicio de la colectividad y desde hace mucho dejó de contribuir a elevar el nivel de vida de los Mexicanos.
Tarifas elevadas, mal suministro del servicio, una actitud mercantilista predominante, corruptelas escandalosas y otras no conocidas de sus mandos directivos; canonjías indebidas de sus trabajadores, como la excepción del pago del servicio por el simple hecho de pertenecer a la CFE, que no ha dejado de ser al menos en el papel del “pueblo”; fraudes de los usuarios justificados o no, conflictos políticos, el oportunismo infaltable de la misma especie y la indefensión y dejadez del común -del ciudadano de a pie- hacen del sector eléctrico un monstruo de mil cabezas capaz de arrastrar al barranco a cualquier buey.
La experiencia de la última gran inundación en Tabasco hace pensar por lo menos, si hubiera sido conveniente haber privatizado ya a la Comisión Federal de Electricidad. Alguna corriente que favorece la especie, afirma que por lo menos así habría algún culpable en el manejo del sistema de presas que año tras año mantiene a muchos por acá con el “Jesús en la boca”.
La pregunta sin duda es ¿cómo se le devuelve al sector energético su importancia real, la utilidad como motor del desarrollo nacional?
La respuesta no tiene dueño aún, pero por algún lugar hay que iniciar.
¿La solución? La antítesis de lo planteado. Tarifas justas que no pongan a alguien en la disyuntiva de comer o pagar. Buen suministro del servicio, de la mano con el pago puntual e inevitable de los consumidores. Una actitud mercantilista de CFE sustituida –en serio- por la de contribuir a mejorar la calidad de vida. Corruptelas escandalosas sancionadas ejemplarmente, con el resarcimiento de los desfalcos incluidos  y saneamientos financieros verídicos; cancelación de las excepciones de pago a los trabajadores de la empresa de “clase mundial”, sanciones a los usuarios que insistan en los fraudes con las condiciones renovadas y por supuesto la disposición no politiquera de los que mantienen los conflictos a expensas de otras demandas. A todo ello habrá que sumarle los montos de inversión respectiva para la modernización, cuidando que no vayan a parar al gasto corriente.
La idea no tiene dueño aún. Incluye a muchos sectores, viejos conocidos, por ende su improbabilidad. El fracaso de ésta irremediablemente tendrá que hacernos pensar –de nuevo- en si no es tiempo de privatizar la industria tan celosamente disputada, pero poco bien atendida a la hora de poder ofrecerle algo valioso. El tiempo se agota para un evitar un colapso, y nadie ha dicho...! yo!.

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