Septiembre 11.
“Millones de personas vieron una manzana caer, pero Newton fue el único que preguntó por qué.”
Más allá de lo doloroso que pueda ser toda pérdida humana, se trate o no de un atentado “terrorista”; el hecho concreto del denominado 11-S es aún más gravoso, dadas las implicaciones de ello para la humanidad, que por la muerte de los miles que se generó directamente con el hecho.
En efecto, hace ya diez años, el sacrificio de miles en la torres gemelas, marcó un cambio de rumbo en el mundo, especialmente caracterizado por el incremento de la violencia y del derramamiento de sangre, cuya fuente inagotable es precisamente la humanidad.
Y no es que antes de tal fecha no hayan existido tales calamidades; la historia de la humanidad así lo demuestra.
El desplome de las torres gemelas constituyó pues el hundimiento del Maine (el navío que habría de permitir el ingreso de los USA en la guerra hispano cubana de finales del siglo XIX); el día de la “infamia” (el ataque a Pearl Harbor, que habría de lograr lo propio pero en el escenario de la denominada segunda guerra mundial); en otras palabras, cheques en blanco, que han de generar y alentar casi en automático a la opinión pública global, el apoyo y respaldo a toda acción que tienda a ir detrás del o los responsables.
Desde entonces el imperio del Norte de América, desató una guerra sin cuartel en contra de todo lo que pueda ser calificado de “terror”; aunque no el terror que le resta sueño al ciudadano común; a ese lo fomenta, lo alienta, a través del tráfico de estupefacientes, armas, órganos y esclavos, a fin de disolver los últimos vestigios de las fuerzas morales de la sociedad antes cristiana.
La sociedad materialista y consumidora de hoy no alcanza a ver que con el derrumbe y sacrificio de algunos miles -el once de septiembre de dos mil uno- en la ciudad emblema del poder financiero global (y por ello una de las más segura), se inició el derrumbe de un orden fundado hace siglos.
Irak, Afganistán, el mundo árabe, últimos bastiones verídicamente fuertes para hacer frente a la pretensión de imponer un gobierno global materialista e irreligioso, son sólo ejemplos.
Tan sólo, el conflicto del mundo árabe vaticina el posterior ataque -anunciado y previsto desde hace décadas por analistas serios – a la república islámica del Irán, que ya no representará riesgos ante el llamamiento a una guerra santa por ésta última.
El aliado ruso del Irán, al fin (así lo demuestra la historia), siempre será más factible de endulzar por los dueños del oro mundial, se trate de la crisis que sea.
Y es que hay quienes afirman que un ataque al Irán podría generar la chispa adecuada para el inicio de la tercera guerra mundial, sólo que ahora con tintes nucleares.
Tal posibilidad se halla acompañada en paralelo con el arma económica que blande la cúpula financiera internacional y que implica la posibilidad de un crack mundial financiero (otro recurso en caso de resistencia de los gobiernos nacionales que perduran), como el que se generó en 1929.
Ante tal panorama cabe el rechazo a la intención de volver un culto, el once de septiembre de las anualidades (con todos y los miles de muertos generados); pues sencillamente, se trata de un hecho calculado y fabricado por la cúpula de poder de Norteamérica, que se aprestó -de nuevo- a celebrar mundialmente con foros, documentales, exposiciones y demás estrategias de mercadotecnia.
Es preferible preguntarnos el por qué de los sucesos del 2001, sus implicaciones, sus secuelas para toda la humanidad, no sólo para el original pueblo norteamericano. Discernir – si nos es posible – respecto a quién se beneficia o se benefició con la implosión de las torres; quién va ganando y quién perdiendo, a fin de prestar atención al momento de ser convocados a tal o cual bando.
La decisión que se tome, será fundamental para que el orden mundial hasta ahora conocido... impere o desaparezca.
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