Carta de una indignada para otros indignados.
Flor
de Líz Pérez Morales.
Queridos
Ángel y Anita:
Hoy
les escribo como amiga, como compañera de aula y profesión, pero
particularmente como una ciudadana que no tiene otra forma de mostrarles su
solidaridad más que con estas palabras. Por supuesto que me llené primero de
angustia, y después de coraje y rabia, al enterarme del robo que sufrieron en
su casa.
Ángel,
entrañable amigo, querido compañero de aula y admirado conversador de
periodismo, la llamada telefónica inmediata me consoló, tu familia y tú estaban
bien. El dolor era la carga de la impotencia, pero ante todo era la pérdida de
la historia de vida narrada en cada palabra e imagen que fue hurtada. En estas
letras te escribo a ti, pero también a los muchos ciudadanos que hemos vivido
tu experiencia.
El
robo lo sentí como mío, con el pesar de cada ser humano, que como Ángel
Valdivieso Cervantes, se ve despojado de la seguridad de sus vidas. Me dolieron
las palabras de Anita Priego, su esposa, cuando acuñaba su desesperanza en las
frases dedicadas a su hijo que nos hizo temblar el corazón: “Sé que estará
preocupado en la escuela y un poco más temeroso que de costumbre. Todo duele,
pero que le roben a tus hijos una sola sonrisa, indigna, lacera, mata de a
poco.”
“Maldita
sea la impotencia”, exclama la vieja canción de Patxi Andión, que para el caso
repite la letra en esta realidad lastimada, “uno cree que todo está bien, que
aquí no pasa nada, que somos civilizados, creemos en la ley, hasta que una
mañana… se arranca un alarido….”. Así es el despertar amargo de las muchas
familias, hombres y mujeres lastimadas, no sólo por el hurto, sino por el temor
de vivir en lo incierto, o en el peor de los casos, de vivir la pérdida de
otras vidas humanas. Si, un robo no es sólo sustraer lo material, lo terrible
de todo lo anterior es que se llevan pedazos de vida, de memoria y recuerdos,
pero también en la gravedad de las cosas es que se deja sembrado el
desconsuelo.
Seguro
los ladrones cargaron mucho, todo lo de valor para la familia, lo que se vuelve
incalculable: el esfuerzo de nuestras vidas. Lo material poco a poco será
recuperable, lo demás es irremediablemente más doloroso.
La
inseguridad vivida cotidianamente nos tiene etiquetado a todos, nos afecta a
todos, nos lleva en la congoja a todos, porque nos preocupa el vecino, el
amigo, la pareja, el hijo, todos los que son atacados con lo más visceral del
método: la violencia. Es verdad, ahora la ganancia es no perder la vida de los
seres queridos, es decir, lo que muchos explican como “vivir para contarlo”.
Sin
embargo, quien mira de fondo sabe que eso no es vivir, porque no se trata de
amurallarnos, de escondernos, de impedirnos, de mutilarnos socialmente. Eso
también es una muerte social lenta. Dejar vivir la impunidad, la injusticia, la
inseguridad, la mentira, la zozobra, la violencia, el miedo y la paranoia, de
ninguna manera es ganancia, por el contrario, es la forma paulatina de empezar
a vivir en la barbarie.
Seguro
tú y yo, al igual que muchos hombres y mujeres nos preguntamos ¿Dónde está la
aplicación de la ley? ¿Qué hicimos con la fe en la justicia? ¿Cuándo perdimos
la confianza en el hombre común? ¿Por qué ahora sospechamos de todos? ¿Por qué
perdimos el sueño y nos llegó el insomnio? Pensar en todo ello nos aterra
porque cada uno de los ciudadanos honestos, responsables y comprometidos con
este país y este Estado lo vive.
Queda
poco consuelo amigos míos, porque ninguna ofrecimiento político en los últimos
años ha podido y ha querido defender nuestra ciudadanía, pocos han querido
defender las sana convivencia, pocos le han apostado y han creído en que el
bienestar de uno, lo es de todos. Frente a ello sólo queda, en mucho la
indignación, pero en más, la solidaridad, el consuelo de los amigos y familiares,
el apoyo de los que aman… aunque en lo tardío lamentablemente queda poco por
recuperar como es la fe en las instituciones y en lo humano.
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