Carta de una indignada para otros indignados.

Posted on 15:26 by Hugo Triano Gomez | 0 comentarios

Flor de Líz Pérez Morales.



Queridos Ángel y Anita:
Hoy les escribo como amiga, como compañera de aula y profesión, pero particularmente como una ciudadana que no tiene otra forma de mostrarles su solidaridad más que con estas palabras. Por supuesto que me llené primero de angustia, y después de coraje y rabia, al enterarme del robo que sufrieron en su casa.
Ángel, entrañable amigo, querido compañero de aula y admirado conversador de periodismo, la llamada telefónica inmediata me consoló, tu familia y tú estaban bien. El dolor era la carga de la impotencia, pero ante todo era la pérdida de la historia de vida narrada en cada palabra e imagen que fue hurtada. En estas letras te escribo a ti, pero también a los muchos ciudadanos que hemos vivido tu experiencia.
El robo lo sentí como mío, con el pesar de cada ser humano, que como Ángel Valdivieso Cervantes, se ve despojado de la seguridad de sus vidas. Me dolieron las palabras de Anita Priego, su esposa, cuando acuñaba su desesperanza en las frases dedicadas a su hijo que nos hizo temblar el corazón: “Sé que estará preocupado en la escuela y un poco más temeroso que de costumbre. Todo duele, pero que le roben a tus hijos una sola sonrisa, indigna, lacera, mata de a poco.”
“Maldita sea la impotencia”, exclama la vieja canción de Patxi Andión, que para el caso repite la letra en esta realidad lastimada, “uno cree que todo está bien, que aquí no pasa nada, que somos civilizados, creemos en la ley, hasta que una mañana… se arranca un alarido….”. Así es el despertar amargo de las muchas familias, hombres y mujeres lastimadas, no sólo por el hurto, sino por el temor de vivir en lo incierto, o en el peor de los casos, de vivir la pérdida de otras vidas humanas. Si, un robo no es sólo sustraer lo material, lo terrible de todo lo anterior es que se llevan pedazos de vida, de memoria y recuerdos, pero también en la gravedad de las cosas es que se deja sembrado el desconsuelo.
Seguro los ladrones cargaron mucho, todo lo de valor para la familia, lo que se vuelve incalculable: el esfuerzo de nuestras vidas. Lo material poco a poco será recuperable, lo demás es irremediablemente más doloroso.
La inseguridad vivida cotidianamente nos tiene etiquetado a todos, nos afecta a todos, nos lleva en la congoja a todos, porque nos preocupa el vecino, el amigo, la pareja, el hijo, todos los que son atacados con lo más visceral del método: la violencia. Es verdad, ahora la ganancia es no perder la vida de los seres queridos, es decir, lo que muchos explican como “vivir para contarlo”.
Sin embargo, quien mira de fondo sabe que eso no es vivir, porque no se trata de amurallarnos, de escondernos, de impedirnos, de mutilarnos socialmente. Eso también es una muerte social lenta. Dejar vivir la impunidad, la injusticia, la inseguridad, la mentira, la zozobra, la violencia, el miedo y la paranoia, de ninguna manera es ganancia, por el contrario, es la forma paulatina de empezar a vivir en la barbarie.
Seguro tú y yo, al igual que muchos hombres y mujeres nos preguntamos ¿Dónde está la aplicación de la ley? ¿Qué hicimos con la fe en la justicia? ¿Cuándo perdimos la confianza en el hombre común? ¿Por qué ahora sospechamos de todos? ¿Por qué perdimos el sueño y nos llegó el insomnio? Pensar en todo ello nos aterra porque cada uno de los ciudadanos honestos, responsables y comprometidos con este país y este Estado lo vive.
Queda poco consuelo amigos míos, porque ninguna ofrecimiento político en los últimos años ha podido y ha querido defender nuestra ciudadanía, pocos han querido defender las sana convivencia, pocos le han apostado y han creído en que el bienestar de uno, lo es de todos. Frente a ello sólo queda, en mucho la indignación, pero en más, la solidaridad, el consuelo de los amigos y familiares, el apoyo de los que aman… aunque en lo tardío lamentablemente queda poco por recuperar como es la fe en las instituciones y en lo humano.

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