Asalto a la vida.
Hace aproximadamente dos semanas, una alumna mía de la licenciatura en comunicación fue asaltada cuando subía al camión que la llevaría a la universidad, ahí le quitaron el monedero y con ello todas sus referencias personales; evidentemente llegó tarde a clases, perdió los avances de su tesis y con ello las tareas que entregaría ese día.
Circunstancialmente en esta misma semana otra alumna, también de comunicación, fue asaltada con una navaja que la amenazaba mientras le pedían su cartera; la agresión ocurrió justo al salir de la central camionera de Villahermosa; la chica arribó a las aulas de clases en las mismas condiciones que la otra.
Hoy mismo me enteré de una agresión más a otra universitaria, hija de un amigo, que corrió con la misma suerte que las otras dos; a ella los ladrones la atracaron con su mochila, computadora y evidentemente con ella se fueron sus tareas escolares. Éstas son sólo algunas de las personas que todos los días pasan de los temores al desamparo social.
Los robos se comenten con tal impunidad que ni siquiera vale la pena una persecución que intente redimir en algo lo perdido; el desaliento se traduce en una cotidianidad que hace ver como natural lo que no es; es decir, no debe de ser normal la violencia o la inseguridad y sin embargo la dureza de la situación conduce a configurar una mirada cínica de la vida. Ahora resulta que lo mejor es no arriesgarse, ni protestar porque nos va peor.
Más allá del susto que por supuesto pasaron las jovencitas y las cosas materiales que perdieron, lo cierto es que el asunto da para explorar en lo que no nos gusta y que evidentemente discurre en los temas de inseguridad y violencia.
La impotencia infiere el abandono de un Estado que no puede ya responder al carácter emergente de su gente y con ello a la vulnerabilidad social de la que está siendo objeto el ciudadano. Es verdad que en los últimos años hemos hablado de viejos problemas que no han tenido salidas inteligentes y que en palabras de muchos estudiosos del tema, la atención a lo urgente ha hecho olvidar lo prioritario. Frente a lo anterior queda claro que no se trata sólo de decir que somos el “primer lugar en combatir la violencia”, sino de entender y atender dónde se encuentra el germen de la cultura delictiva.
El sociólogo Zygmund Bauman explica que desde hace mucho las sociedades perdieron su solidez y hoy las podemos comprender en la mirada de los tiempos líquidos; implicación que trae consigo la fluidez de la cotidianidad sin estructuras que las sostengan. Bajo esa dinámica social llegamos a los miedos líquidos.
Por supuesto que estamos expuesto, que nuestros niños y jóvenes son comunidades vulnerables, no sólo por la violencia contra ellos, sino porque se convierten en el eje por donde se forma y encamina al miedo. Desde hace mucho tiempo que la “prevención del delito” dejó de ser una prioridad porque no podemos atender lo que hace esencial la vida de las sociedades: empleo y educación.
Caminar ahora con seguridad en las calles de Villahermosa y de muchas otras ciudades del país no es posible; por el contrario, se da el desasosiego de nuestros temores, lo que se hace patente frente a una navaja, en los golpes físicos, en el asalto imprevisto, pero particularmente frente a lo más grave: la corrupción de las estructuras de poder. Lo incierto de este panorama es que las ventanas se abren para un mundo caótico como el que ahora nos toca vivir porque la lucidez no se alcanza a delinear en ningún lado o en ninguna parte. Los alcances de la violencia han llegado a niveles de penetración social que día tras día se pierden los territorios del orden y por ende de la convivencia social.
Es un hecho que la violencia y la inseguridad de las ciudades no se curan con buenos deseos, sino con acciones transversales que trastoquen no sólo a las estructuras sociales, sino que también definan estrategias jurídicas que apelen a la justicia y el orden social, y para eso falta mucho... Irremediablemente y sin esperanzas, esperaremos para la siguiente semana otro asalto a la vida de mis alumnas, de mis amigos o de mi propia familia… todo por lamentar.
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