La otra cara del oficio periodístico.
Flor de Líz Pérez Morales.
En los últimos
días se han revelado algunos eventos que dejan al descubierto los sinsabores de
la práctica periodística en México y Tabasco. Por un lado, la manifestación de
la sociedad civil, entre ellas la realizada por estudiantes de periodismo en el
marco de la "jornada nacional contra agresiones a periodistas", en referencia al
aniversario luctuoso de Regina Martínez, trabajadora de la revista Proceso. Por
otro, el fallecimiento de Ricardo Astacio Velásquez, que si bien no sucumbió
propiamente en el ejercicio periodístico, fue bien sabido que la profesión
no le brindó condiciones mínimas, dignas y legales que le dieran una calidad de
vida, por el contrario, la última empresa en la que trabajó con motivo de su
enfermedad propició su despido.
Sólo estos dos
casos ilustran en mucho las condiciones de una profesión que se coloca en la
discusión de sí misma.
Acusada en mucho tiempo de mercenaria, de acrítica, de
tener un vínculo que hace evidente su "maridaje" con el poder, y de su franca
desventaja en la pista del análisis tecnológico, tampoco puede dejarse de
advertir la otra cara de la moneda. Esa donde la práctica no goza de garantías
legales y económicas que legitimen la profesión en su valía social y ética; por
el contrario la carencia de ello conducen y posibilitan justamente lo primero.
La historia del
periodismo en Tabasco ha dado ejemplos de figuras cuyas vidas han terminado en
condiciones de pobreza y exclusión social. La profesión utópica en su
naturaleza humana, ungida en su filosofía como disruptiva de su propio devenir
social, que principia entre sus rasgos el beneficio social, hoy emana sus
propios sinsabores y desafíos de sobrevivencia.
Dos ventanas al
futuro se abren justamente en esa emergencia; primero convencer a un lector
social – análogo y digital-, que la profesión aún en las adversidades puede ser
confiable en sus principios humanos, es decir, convencerlos que aún quedan
gratamente ejemplos de periodistas que llevan como escudo la fiabilidad,
responsabilidad y honorabilidad del oficio. Pero también queda una acción mucho
más válida, la de formar a los futuros periodistas en ese horizonte de la práctica
que en mucho tiene su identidad quijotesca. Esta quizás sea la tarea más dura.
Sobre el tema,
platicaba con Cecilia Vargas Simón, periodista tabasqueña, guerrera de batallas
cotidianas y portavoz de los sueños de los marginados, sobre esa tarea de enseñar
a los estudiantes de periodismo a creer en los méritos de una profesión cuando
la realidad nos muestra que no hay grandes ejemplos por mostrar.
La situación
del periodista tabasqueño confluye necesariamente en reflexiones urgentes que
ponen en evidencia, entre muchas otras, las condiciones adversas y riesgosas
por las que camina la vida de un periodista, pero que ante todo demanda políticas
emergentes que hagan propicia la normatividad de defensa y protección de
quienes realizan este oficio.
Ahora mismo el
periodismo se coloca en líneas inciertas, las mismas que en el marco de las
instituciones políticas y empresariales a muy poco importa. La "ley de
protección a periodistas" sólo se pone en juego cuando por ocurrencia se desea
salir del paso.
Frente a lo
anterior, y en defensa del oficio, es necesario realizar discusiones plenas,
razonadas, de quienes deben mirar la intimidad de su propio presente. De la
experiencia sale la lógica, y ésta es muy definida. La seguridad del periodista
no está en manos de los otros, sino en manos propias. Sí remiramos la historia,
lo que venga para el futuro estará marcado por sus propios actores: Los
periodistas.
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